sábado, 11 de octubre de 2008
viernes, 4 de julio de 2008
“Yo tenía un blog en Mongolia…
jueves, 3 de julio de 2008
La libertad, amigo Sancho
martes, 1 de julio de 2008
Ebria de polen y de atrevimiento
Casi como ese único alfiler de oro
que fulge en la matriz secreta de la campanilla,
y que, llegados tiempo y plenitud de ardores,
le llevará la abeja en un rumor al zángano,
ebria de polen y de atrevimiento.
sábado, 28 de junio de 2008
Turguéniev y el mundo animal
jueves, 26 de junio de 2008
Pasternak y el vino tinto
martes, 24 de junio de 2008
El arte de versificación y la política
domingo, 22 de junio de 2008
Siempre quise escribir una entrada sin palabras
viernes, 20 de junio de 2008
Macromega Mac
jueves, 19 de junio de 2008
Los premios literarios
martes, 17 de junio de 2008
El estoicismo y la geoingeniería
Esta cita podría pertenecer a las actas de un congreso medioambientalista, concretamente a la intervención de un conferenciante un tanto alambicado y gustoso de la prosa florida pero contundente. O, yéndonos un poco más atrás en el tiempo, podría haberla sacado de Walden, de Thoreau, o de La naturaleza, de Emerson. Pero la verdad es que el fragmento está en la carta LX de las Epístolas morales a Lucilio, y fue escrita por Lucio Anneo Séneca en torno al año 64 de nuestra era, poco antes de morir (la traducción, excelente, es de Jaime Bofill y Ferro). ¿Pero acaso la alusión a un pueblo que cultiva para otro, la explotación de los recursos del mar y de la tierra, no cobran nueva vida con el trasfondo de los aranceles que los países desarrollados ponen a los que están en vías de desarrollo y el agotamiento de las reservas de peces en los mares? Es decir, que podemos perfectamente aplicarnos el cuento sin mayor violencia, salvada la excepción de la frugalidad, porque, ¿quién está dispuesto a modificar hoy día su dieta para salvar el mundo? ¿Existe una época más alejada que la nuestra de esa receta de autosuficiencia y moderación en la carta del estoico? Y sin embargo, se matarían dos pájaros de un tiro: una racionalización de los recursos serviría para erradicar el hambre y ayudaría a reducir la sobreexplotación de los recursos naturales. ¿Pero qué harían entonces los intermediarios, ésos que ahora contemplan salivando cómo la bolsa de la compra cada vez se encarece más mientras que al agricultor cada vez se le paga menos? Ya que la prescripción de estoicismo a pan y agua no funciona, los científicos optan por un nuevo rizo en el intervencionismo sobre el planeta: la geoingeniería, los ecohackers como nuevos salvadores. En un artículo de Danny Bradbury en The Guardian Weekly se ofrecen varias soluciones para mitigar efectos tan nocivos como el calentamiento global o el exceso de partículas de carbono en la atmósfera, fenómenos indisociables por otra parte. Sin duda a este tipo de terapias de choque se refería James Lovelock, el autor de Gaia, la teoría que ve el planeta como un organismo vivo (ver entrada en este blog), cuando abogaba, no por reducir, sino por incrementar el uso de la tecnología. Las erupciones volcánicas, los respiraderos en el fondo del océano, las corrientes marinas, todo contribuye y ha contribuido como mecanismo de autoregulación a las condiciones excepcionales de la Tierra. ¿Por qué no emularla con bombardeos de ácido sulfúrico en el aire, lluvias de sal en el Polo Norte, una nueva constelación de estrellas entre la luz del Sol y nuestra atmósfera? Sin duda el intento merece elogio y atención, y confirma esa voluntad del ser humano de andar todas las sendas posibles, también la de su némesis. Esta última no tiene vuelta de hoja según Lovelock, pero nos quedaría ese decoro medioambiental al que me refería en otra entrada, algo tan sencillo como esperar al inicio del verano para atiborrarnos de fresas, por ejemplo. En Astérix en Hispania, un mequetrefe lleva de la Ceca a la Meca a los protagonistas porque se le antoja un plato de frutillas fuera de temporada. ¿No somos un poco todos ese mozalbete caprichoso que dice "Pues si no me enfado" y tiene a todo un mundo pendiente de su arbitrario paladar? Séneca recomendaba quedarse en casa. ¿Nos será dado también cortarnos las venas antes de que el Nerón de turno le pegue fuego a todo esto?
lunes, 16 de junio de 2008
¡Viva la Feria!
¡Y muchos éxitos para Bartleby Editores!
jueves, 12 de junio de 2008
Vida de burros

Los gitanos y los Waterboys
Esos locos bajitos
martes, 10 de junio de 2008
En la arquitectura el tamaño importa
lunes, 9 de junio de 2008
Manual de supervivencia en la Feria del Libro
domingo, 8 de junio de 2008
El edificio Yacobian
jueves, 5 de junio de 2008
Alguien que juega al golf desde el acantilado
martes, 3 de junio de 2008
Historia y medio ambiente
domingo, 1 de junio de 2008
Entre Rodin y Rilke
Y lo que me encuentro es un auténtico martirio de la fémina con el pretexto de subyugar la forma. No en vano hay una escultura titulada Mártires, un Jardín de los suplicios, y hasta un Suplicio japonés con tinta rojo sangre y todo. De estos cuerpos torturados a los cuerpos rebanados del cubismo hay sólo un tramo en la historia del arte. Es el paso que da el carnicero siglo XX. Los desnudos de mujeres, que son mayoría, tienen a veces nombres de diosas o ninfas. Sin embargo, todos son el mismo desnudo, la misma Gran Vagina Omnímoda. Pasa como con esos poetas que, aunque cambien de pareja, le escriben siempre el mismo poema de amor. En realidad se lo están escribiendo a la madre. A la que los parió, sí, pero también a la madre tal y como se entiende esta palabra en algunos dialectos de Hispanoamérica: la matriz, la Gran Vagina Genitora. Esa fantasía de reducir la mujer a sus genitales está por todas partes en la exposición. Sólo hay que leer los títulos: la Creación es una vagina, Satán es una vagina. Los dibujos son mucho más atrevidos que las esculturas. Al fin y al cabo ya todo el mundo tiene en su casa estatuillas de Lladró, y ese contorsionismo en mármol, yeso o loza ha quedado un tanto trasnochado. Pero el artista no sólo es plasmación (de hecho muchos artistas recurren a obreros metalúrgicos y talleres para plasmar sus ideas); sino cada vez más creación y planificación. Y es en los dibujos de estas esculturas, que quizá se concibieran inicialmente como bocetos de las mismas pero que acabaron superándolas, donde luce el genio de Rodin. Es ahí donde va más lejos el dominio de la forma. Y digo dominio en todos los sentidos, también y sobre todo en el sexual. Las curvas y los planos, la flexión de la línea crea una gramática turbulenta que quizás en arte no ha sido superada (a no ser que se considere arte el porno). Ni siquiera por Mapplethorpe, un poco el Rodin gay del siglo XX. Hay hasta un esbozo de bestialismo en ese pulpo sobre un pubis, como quizá Rodin se imaginaba que era la cosa por dentro. Y el escultor es consciente de que está dibujando un auténtico aquelarre. Véase si no ese triunfo idílico de la forma, personificada en una mujer desbordantemente desnuda, sobre un esbozado San Antonio, pura materia vencida e indiferenciada del polvo. Toma Rodin el testigo de Miguel Ángel cuando subraya el momento preciso en el que la escultura sale de esa materia mostrenca. Muchos de estos desnudos elongados en mármol o yeso recuerdan al torso inacabado, un boceto para las tumbas mediceas, que se puede ver en la casa de Buonarotti. La propia base de la escultura, rugosa y con esos hoyitos, sin desbastar, recuerda los esclavos de Miguel Ángel pugnando por formarse, por salir, gracias al cincel y a la mirada, del bloque que los aprisiona. Uno se imagina a Rodin en constante erección mientras daba forma en su cabeza a estas fantasías, a este Gran Coño Fantástico. Por eso es tan poco verosímil El beso, esa pieza central en la que la mano del hombre funciona como foco y como eco: es a la vez la mirada del espectador y la mano del escultor. Falta ahí, creo yo, en un beso tan erótico, que el varón esté trempando. Más de un visitante a esta exposición suplirá esa carencia con su propia anatomía. Seguro. Yo, sin embargo, no salí con una erección en la entrepierna, sino con una pregunta en la cabeza: entre el homo dominator de Rodin y el homo asexuado de Rilke, ¿dónde coño está el hombre?
jueves, 29 de mayo de 2008
Los boleros y los malos tratos
yo estoy obsesionado contigo
y el mundo es testigo
de mi frenesí
y por más que se oponga el destino
serás para mí.
Tuve que escucharla dos veces porque al volante uno no tiene todos los sentidos en la música. Y en la segunda audición confirmé mis sospechas: esta estrofa tiene algo de funesto si se piensa en las mujeres asesinadas por su pareja. Cada línea remite a la caracterización del maltratador, un hombre obsesionado que no duda en matar a su mujer en público, delante de todo el mundo si hace falta, y que aunque se interponga un juez, o una orden de alejamiento, hace que ella sea para él o que no sea. El que esta letra fuera algo de lo más normal en otros tiempos avisa sobre la psicotización de los nuestros. Aunque hay quien cree que siempre hubo hombres que mataron a su mujer; hay quien cree también que los medios, al airear los crímenes, tienen como un efecto chimenea, ponen ideas en la cabeza de la gente. Y hay quien cree finalmente que algo se nos escapa, que se meten demasiadas cosas y casos en el saco común sin espigar muy bien la casuística; como si hubiera algo que no entra ni en las estadísticas ni en los estudios psicológicos, ni en los reportajes que cubren este asunto tan preocupante, ni en las películas que se ocupan de ello. Una cosa que a mí me llama mucho la atención, por ejemplo, es que se trata de crímenes que llevan atribuida inmediatamente la penitencia. Es decir, mientras que el asesino y el ladrón hacen lo posible por salir impunes, la mayor parte de los hombres que matan a sus mujeres luego intenta suicidarse y en muchos casos lo consigue. Hay como una conciencia del mal hecho y de la necesidad de pagarlo. Oyendo esta canción uno piensa que hay también una fibra machista instalada en la especie, en su sensibilidad o en su identidad más secreta y turbadora. Pero, claro, Pedro Flores, que así se llamaba su autor, seguro que no tenía casos diarios encima de la mesa que le daban a la literalidad de sus palabras un sentido tan aciago. El amor como un desorden del espíritu es de larga tradición, en la vida y en la literatura. Andreas Capellanus codificó los usos y abusos del amor cortés en un libro que leyó hasta Leonor de Aquitania, pero antes y después los humanos se han encargado de escribir sus propias páginas de sangre. En el siglo XV, por ejemplo, existe todo un caudal de lírica culta psicotizada por los asedios a la dama; y mucha lírica popular que pone en escena a la pobre muchacha seducida y dejada atrás. En ambos casos eran hombres los que escribían, hombres que, quizá como éstos personificados por Maite Martín en sus boleros, se veían a sí mismos así de fatales, y a sus mujeres penando así por sus huesos. Dime lo que cantas... Hasta los místicos hicieron de todo ello una retórica: "Oh, llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro". Estas palabras, pronunciadas con el trasfondo de Miguel de Molinos en la hoguera, tienen también algo de funesto. Pero ya nadie quema herejes en las plazas. Los boleros, sin embargo, suenan excesivos incluso si los canta una mujer con voz de ángel.
Hallados tres dibujos de Goya perdidos en 1877
Bajar riñendo o reñir bajando, qué más da. En uno de los dibujos de Goya que se han encontrado en Suiza, las brujas de Macbeth, volátiles, no estáticas, peleándose entre ellas por dar la mala noticia de un destino sangriento, bajan desde el número dos, o desde el cuarenta y siete. Son números de catalogación, ajenos y posteriores a Goya; ajenos a ellos mismos ya, pues el dos está tachado, y el cuarenta y siete dentro de un círculo. Bajan las brujas agarradas de los pelos, de un tobillo, todo bocas y espuma. La mente se dispara, reconoce en Goya a un contemporáneo y automáticamente cambia de canal. Hace zapping la memoria y aparece otra figura, la de aquel hombre de traje blanco que caía desde una de las Torres Gemelas, sin pelos ni tobillo al que agarrarse, riñendo sólo con él mismo. Un hombre que bajó girando. O giró bajando, qué más da. ¿Cómo se llamaba aquel hombre? Tenía un nombre antiguo, español. Fortunato, o Porfirio, o Ventura, nombres aciagos como la palabra de la bruja que dijo caerás. Goya, que no es nombre antiguo, quizá tampoco español, pintó al oráculo cayendo. Un dedo invisible pulsa otro botón. Ahora se ve un cuadro renacentista. Lo ha pintado Rafael y está en el museo del Prado, La transfiguración del Señor. Representa una ascensión al cielo vista desde abajo (aún no había enseñado Juan de la Cruz como mirar al dios desde lo alto). El dios es joven y etéreo, carnoso sólo en el contorno de las piernas, y abre los dedos de los pies como si flotar fuese cosa de palmípedos. Como si Rafael al pintarlo hubiera recordado una imagen que vio mientras buceaba: la superficie desde el fondo, el rompimiento de la luz sobre las aguas y en la luz los dedos al flotar volando. O al volar flotando, qué más da. Vuelvo al primer canal y me pregunto dónde vio Goya caer a alguien así, precipitadamente cuatro. Y dónde vio aquel hombre de traje blanco y nombre antiguo, transfigurado en la caída, que un hombre cuando cae gira sobre sí mismo y forma números con los brazos y las piernas, pasa desde el dos hasta el cuarenta y siete, cae y sigue cayendo, llega hasta el cero y nada es. Dónde, dónde vio Goya la nada para que tuviera que pintarlo todo. Todo, dos números, un delantal, una toquilla, un círculo de sombra.
miércoles, 28 de mayo de 2008
Un Anchiterium en Carabanchel
lunes, 26 de mayo de 2008
La poesía de la experiencia y la nueva cocina
Caballo blanco
sábado, 24 de mayo de 2008
Símbolos, indicios, signos
jueves, 22 de mayo de 2008
Reseña de Darwin en las Galápagos en El Cultural de El Mundo
http://www.elcultural.es/HTML/20080522/LETRAS/LETRAS23191.asp