martes, 3 de junio de 2008

Historia y medio ambiente

Leo una reseña del libro Empires of the Sea: The Final Battle for the Mediterranean 1521-1580, de Roger Crowley. Quien firma la reseña es Norman Stone, y saca conclusiones muy interesantes. La reflexión sobre el declive que conocieron ambos imperios, el español y el otomano tras aquellos años, por ejemplo, es una de ellas. Dos naciones emergentes situadas estratégicamente a ambos lados de un mismo mar, de extensión parecida, y parecida euforia espiritual embridada luego en férreo nacionalismo. Me interesa, no obstante, reflexionar sobre cómo todo afectó al medio ambiente dando forma al paisaje. Cuando estuve en Turquía me sorprendió cierto parecido con España: un norte verde y exuberante, y una zona central como La Mancha, rica en cereales, con muy pocos árboles. Norman Stone data entonces ese proceso salvaje de deforestación en ambos países, debido a la necesidad de madera para construir la flota naval. Es decir, el saqueo de los espacios naturales no es algo exclusivo del siglo XX ni mucho menos. El paisaje del norte de África y Oriente Próximo es también un resultado de siglos de explotación agrícola y ganadera. Parece que al ser humano le cueste mantener una relación respetuosa con el medio ambiente una vez ha traspasado ciertos umbrales de dominio tecnológico. Y parece que sea precisamente eso, la tecnología, es decir, el progreso, lo que halle incómodo acomodo, si se me permite ser un poco cursi, con la naturaleza. En el libro que me estoy leyendo, El infinito en la palma de la mano, de Gioconda Belli, una recreación bastante entretenida del mito de Adán y Eva, la mente del ser humano se va adaptando rápidamente al mundo en torno. Esa plasticidad sin duda le dio al homínido su mayor capacidad de inteligencia y, de suyo, unas posibilidades mayores de aprovechamiento de los recursos. Estos Adán y Eva son un tanto estereotipados en su configuración antropológica: una vez expulsados del Paraíso, él descubre tras un primer horror que puede matar para alimentarse; pasa luego a catalogar las especies entre las que comen y las que se pueden comer, luego le pica el bicho de la codicia y casi empieza a especular con la caza sobrante. Eva, más benigna y maternal, prefiere la botánica y se especializa en el conocimiento y cultivo de las especies vegetales. Ya los estoy viendo salir de la cuña primigenia entre el Tigris y el Éufrates, colonizar esa parte tan explotada del mundo, no en vano reducida casi por completo a desierto. Quizá no falte mucho para que ese desierto ocupe el sur de España y de Turquía, casualmente coloreadas ambas de amarillo en el mapa mundi que tengo debajo del teclado cuando escribo estas líneas. Quizá hasta los indios norteamericanos, en relación aproximadamente armónica con su entorno, habrían evolucionado hacia el cultivo extensivo y la estabulación en masa. Quién sabe. Leyendo el artículo de Norman Stone sí se deduce al menos una cosa: de aquellos polvos vinieron luego sendos lodos. Quizá la derrota no fue en el siglo XVIII en Trafalgar y Cesme, a manos respectivamente de ingleses y rusos. Quizá fue en Lepanto y en Malta, en pleno Siglo de Oro, donde españoles y turcos sufrieron su principal pérdida: la dilapidación de sus bosques. ¿Fue Eva la que, al probar el fruto del árbol del conocimiento (un higo, no una manzana, Gioconda Belli recoge los últimos hallazgos), taló para siempre el árbol de la vida y la hizo incompatible con el Paraíso?

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A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]