lunes, 2 de marzo de 2009

LAS CUATROCIENTAS VOCES: DARWIN Y CÓMO MATAR DE TRASCENDENCIA UN ARRENDAJO

El título alocado de estas líneas hace referencia a un hecho curioso. Empieza con un equívoco, y es que no fueron las distintas variedades de pinzón de las islas Galápagos lo que hizo a Darwin empezar a darle vueltas a la teoría de la evolución, sino los distintos tipos de cenzontle. También llamado sinsonte, y cantado entre otros por Silvio Rodríguez, este pájaro vistoso debe su nombre nahua al hecho de que imite las voces de otros pájaros y mamíferos. El pájaro de las cuatrocientas voces, ésa es la etimología de cenzontle. Es decir, el pájaro que le dio la pista a Darwin sobre la polifonía de la forma en el mundo natural, el hecho común de la biodiversidad bajo pautas de economía morfológica, especialización genérica y herencia genética, es un pájaro que a su vez es todos los pájaros, las cuatrocientas especies con sus trinos que caben en la memoria especializada del nahua que lo nombra. Darwin sabía de qué hablaba cuando oía un cenzontle. Nosotros, con la historia de los pinzones, hemos acabado por liarlo todo un poco.
El cenzontle o sinsonte vive en América, y uno de los caminos que llevaron a Darwin a su famosa teoría está esbozado ya en el diario del viaje del Beagle, varias décadas antes de que formule, o al menos de que publique, El origen de las especies. En sus paseos de exploración por la Patagonia recogiendo fósiles, Darwin se da cuenta de que las especies ocupan en todos los continentes nichos jerárquicos, niveles de uso especializado de los recursos existentes. En todas partes hay un felino de tamaño medio, un cuadrúpedo de tamaño grande, un carroñero volador, una rapaz que depreda pájaros más pequeños, etc. Porque si no lo hay, la evidencia de los fósiles demuestra que lo hubo. Y eso lo descubre Darwin para el caso de América cuando encuentra el primer fósil de un antepasado del caballo. Pues bien, el nicho que el sinsonte ocupa en América, el de un pájaro de tamaño pequeño-medio que imita el canto de los otros pájaros y utiliza esa destreza para subsistir, lo ocupa en Europa el arrendajo, o más aproximadamente, por tamaño y por familia, la calandria.
Que en mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, así comienza el famoso Romance del prisionero, uno de los más conocidos en la tradición hispánica, y toda una lección de etología en sus versos iniciales. El primer traductor del famoso libro de Harper Lee, To Kill a Mocking Bird, parece ser que se dejó llevar por este comportamiento engañoso de los mímidos, y también confundió la calandria con el ruiseñor, dando pie a un título ya incorregible, Matar a un ruiseñor. Por supuesto, la sonoridad y las connotaciones que tiene este título superan las que podría tener otro más literal como Matar a una calandria, y más todavía que las del científicamente pertinente, Matar a un sinsonte, en Hispanoamérica, o Matar a un arrendajo, en España.
El arrendajo es el pájaro que arrienda, es decir, imita a otros pájaros. Exactamente igual que mocking bird, el pájaro que se burla, mock, de otros pájaros, pues los engaña con la copia de su canto. Su presencia en la lírica popular estadounidense aparece bien atestiguada en la música pop, por ejemplo, desde Tom Waits a Michelle Shocked: Hush, little baby, don’t you say a word, Mamma’s gonna buy you a mocking bird. No le valió al pajarillo su facilidad para el disfraz canoro, sin embargo. O quizá sí: imitó tan bien el canto de un ruiseñor, que se coló como tal en las estanterías de los lectores hispanohablantes. Seguiremos hablando de pinzones para explicar la teoría de la evolución y nos imaginaremos a Gregory Peck como amigo de los ruiseñores en la versión cinematográfica del libro de Harper Lee, pero Darwin estuvo mucho más atento.
A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]