jueves, 27 de diciembre de 2007

Lo que puede Wendy

Mientras espero en el aeropuerto de Barajas, pongo al día los periódicos atrasados y leo un artículo de Wendy Cope, la poeta británica. Se queja del uso y abuso que Internet permite hacer de sus poemas sin pagar copyright. Tiene gracia el primer párrafo, con ese humor británico tan funerario: según su marido, en su lápida pondría algo así como, "Wendy Cope. Reservados todos los derechos". Es decir, esta poeta parece un equivalente anglosajón de nuestro Ramoncín: azote de piratas y de abusos del talento ajeno. Pienso que los textos de Wendy Cope gozan de tanto predicamento en la Red por su propia naturaleza. Ella misma lo reconoce: "Es muy fácil copiar un poema [...] mientras que nadie se va a molestar en fotocopiar o descargarse una novela entera o una obra de ensayo[...]. Los autores de poemas cortos y divertidos son especialmante vulnerables". Nadie se va a descargar una égloga de Garcilaso, pero un poemilla de García Montero es una tentación para cualquiera con dedo fácil y fácil gusto poético. Yo no llevaría las cosas tan lejos como Wendy Cope. Claro, que nadie iría por ahí copiando mis poemas. A mí me valdría con que se pusiera el nombre del autor bajo cada poema fusilado. O ni siquiera eso. No, yo no lo llevaría tan lejos como para exigir que se paguen derechos por esa reproducción en servidores, páginas, blogs. A fin de cuentas, ¿hay mejor destino para un poema que el de volver al anonimato, a la materia oscura de la lengua? Mucha genta canta coplillas de Lorca sin saber que son de Lorca, pero, claro, nadie se va descargando por ahí Poeta en Nueva York. ¿Es ese el problema de Wendy Cope, que ella sólo escribe coplillas? Porque hay algo que no parece claro en su queja: un poema de su autoría copiado en la Red por alguien que, en vez de comprarse el libro lo fusila de otra copia pirata, puede muy bien llevar a otro lector a interesarse por el autor y comprarse el libro, que tal parece ser la preocupación de Wendy Cope. Entonces el epitafio de su tumba brillará radiante de felicidad.

martes, 18 de diciembre de 2007

La novedad de la literatura anónima y colectiva

En El País de ayer se publicó una doble página sobre la literatura en la Red, la posibilidad de crear narraciones de manera colectiva y anónima. Empecé a leerlo, pero me pareció que se le daba demasiada importancia a ese fenómeno. Veo que el tema preocupa, o al menos ocupa, a los redactores del periódico, porque hoy le han dedicado una parte de la sección editorial. Lo titulan “El nombre ya no es importante”. Y yo me pregunto, ¿pero es que alguna vez lo fue? Sigue pecando este análisis de cierta hinchazón en sus preocupaciones. Casi se contradice en su entusiasmo cuando pasa a enunciar los distintos argumentos que tiran por tierra el auge de una literatura anónima y colectiva. Pero no menciona el más importante: que se trata de fenómenos en absoluto novedosos en la historia cultural de Occidente. Desde el amanuense al negro literario, las bibliotecas están llenas de libros que deben su existencia al esfuerzo de varias y, muchas veces, anónimas manos. El acento, que así se llama esta sección más informal de la línea de opinión del nuevo El País, no está bien puesto. Porque lo de menos es que al público le importe mucho o poco ahora el nombre del escritor (En la última frase, “Qué golpe tan duro para la vanidad literaria”, ¿es exagerado ver una especie de venganza o reivindicación del plumilla envidioso del divo literario?). Eso es lo de menos. Lo de más es, de nuevo, que el medio acabe convirtiéndose en fin, y que una forma de hacer literatura como otra cualquiera, la colaboración bajo pseudónimo o anonimato en Red, acabe imponiéndose como la única forma de literatura. A ello me refería unas entradas más abajo al hablar de postliteratura. Y me temo que ese peligro va a encontrar abonado el terreno: los sucesivos informes PISA alertan sobre la analfabetización progresiva de la sociedad. Si nadie lee, nadie queda para decir cuándo un texto (independientemente de si lo escribió Agamenón, su porquero, o el mismísimo Machado) es bueno o malo. Quedará el texto ahí, exento en la sopa cósmica. Lo de menos será la ausencia de nombre. Lo de más es la capacidad de elegir.

Turismo y colonización

Leo en un artículo de José Reinoso, corresponsal de El País en Pekín, que el turismo ha aumentado en Tíbet en más de un sesenta por ciento. No se aclara la procedencia de ese incremento. No se dice, por ejemplo, si es de origen occidental, aunque suponemos que las cumbres eternas (¿hasta cuándo?) y la versión más kitsch del espiritualismo siguen atrayendo sobre todo a un visitante de ojos no rasgados al techo del mundo. Sí queda claro que con el turismo está entrando más población china. En Viaje al ojo de un caballo hablo de la presencia del gigante asiático en Mongolia, siempre en lugares o industrias capaces de dar suculentos beneficios: las minas del norte, el negocio de la construcción. También hago referencia a la línea de tren que el gobierno chino ha construido atravesando el Himalaya, entre Pekín y Lhasa, capital de Tíbet, “un despropósito medioambiental sin más lógica aparente que la demostración de músculo y recursos”. Pido perdón por citarme; también por no haber visto entonces lo que deja claro esta noticia de José Reinoso, que hay otra lógica tras la construcción de la línea férrea: la colonización del país sometido. Con lo que ello implica a la hora de ocupar étnicamente Tíbet y de explotar sus yacimientos energéticos. Algo muy parecido sucedió en el Sáhara occidental y ahora nos tenemos que conformar con un acuerdo a la baja favorable a los intereses de Marruecos, el país invasor. Los parias saharauis no tienen el glamour del Dalai Lama, pero tampoco a éste parece irle mucho mejor en sus reivindicaciones. Y es curioso cómo la propaganda oficial maneja los tiempos y los conceptos. Es curioso, por ejemplo, que China se erigiera en 1950 en salvadora de un pueblo que no pidió ser redimido, y venda ahora su ocupación de Tíbet como una cruzada contra el feudalismo. Xulio Ríos, que de Asia tiene que saber un montón, intenta en el mismo periódico hacer un poco de pedagogía para entender la expansión china. Y lo que sucede en Tíbet parece una ilustración ideal de los dos motores que, según él, impulsan el renacimiento amarillo: nacionalismo y confucionismo, en un intento de “poner fin a un ciclo de decadencia” iniciado hace siglos. Nacional-catolicismo, a esa cruzada se apuntó algún dirigente occidental no hace mucho con el fin de volver a poner a su país en el mapa. Lástima que esa cartografía incluyera también la de un país ocupado. Un país que se llamaba Irak. ¿Os suena?

lunes, 17 de diciembre de 2007

Paisajes de Valencia











He pasado el fin de semana en Valencia, en casa de Antonio Méndez Rubio. Leí por primera vez a Antonio en Feroces, la antología de poetas jóvenes que sacó DVD hace unos años. Desde entonces soy fan suyo. Antonio y Ana me llevaron por su barrio, el Cabañal, con casitas de dos plantas, construidas para los pescadores a principios del siglo XX, modestas, dignas, bellas.


Hay un proyecto inmobiliario que quiere construir bloques de pisos y una inmensa avenida atravesando el Cabañal. Muchas de estas casas desaparecerán bajo el rodillo de asfalto que arrasa tantas de nuestras ciudades y paisajes, obras innecesarias en las que las constructoras hacen su agosto, los arquitectos su gesto, y los ayuntamientos encuentran la tan ansiada financiación. Ante el saqueo sistemático, la resistencia es también y sobre todo una actitud: no basta con las pintadas en la pared denunciando el expolio, también está el compromiso que pasa por irse a vivir a un barrio casi al borde de la extinción invirtiendo en él y recuperando la arquitectura autóctona. Así es Antonio, uno de los poetas de referencia de mi generación, y quizá el que con más lucidez funde en uno las armas y las letras, el hombre de acción (su compromiso) y el de contemplación (la radicalidad de su poesía).


Luego me llevaron a la Albufera, un lugar mágico. Tenía el recuerdo de Cañas y barro, la serie de televisión basada en la obra de Blasco Ibáñez, y la realidad superó con creces la ficción. En muchos tramos el agua tenía ese color parduzco, el mismo en el que el protagonista sumerge al bebé recién nacido para que no le delate con su llanto. Pero en la parte central y abierta de la laguna, el agua se acercaba al azul de un mar tranquilo y espejeante. Era la puesta de sol, surcaban el cielo decenas de patos y las garzas levantaban vuelo cuando la barca se acercaba a sus nidos entre las cañas. Era reconfortante ver señales de prohibido el paso, un espacio de respeto para la cría de aves. También las artes ancestrales de pesca, con redes para los peces y entramados de caña para las anguilas, que son ciegas y ven con todo el cuerpo.


Fue una noche de lluvia torrencial y yo me acordé de los versos con los que se cierra un poema de Antonio, el que da título a su último libro, Para no ver el fondo:


y rompe

a llover además

sobre esas aguas.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Cascadas de salmón

En aquel poema de Yeats los ríos llenos de salmón simbolizaban la plenitud y sensualidad de un mundo que se pretendía trascender por otro de ascética y fría espiritualidad. A Yeats le pasaba lo que a Jorge Manrique: el contemptus mundi le salía canto pleno y nada hay más tangible que la verdura de las eras. Pienso en todo esto mientras leo un artículo en The Guardian Weekly sobre la extinción del salmón en la remota región de Kamchatka, en el extremo oriental de Rusia. Los pescadores furtivos se ponen las botas, y muchos de los bravos peces son arrojados de nuevo al río con el vientre sajado tras arrancarles las huevas: el caviar de salmón se vende, parece ser, a cuarenta dólares el kilo. El salmón se extingue, y el oso, que ahora campa a sus anchas por este territorio helado, no le va a la zaga en esa ascesis de la desaparición. Se les ve atiborrándose de peces, ajenos a la dicotomía de cuerpo y alma que cantara Yeats. Los cazadores, como en tantos otros lugares del planeta, acuden a decenas pagando una media de diez mil dólares por cada pieza cobrada. Trescientos plantígrados cayeron sólo en abril y mayo a manos de pistoleros yanquis. Tras la batida, se comen las garras y la lengua del animal. El cazador devora la esencia de lo cazado. Como aquel mafioso siciliano que se comió el hígado de su víctima en la cárcel, otro mafioso como él. Las garras y la lengua simbolizan el poder dañino de la bestia, el hígado, sin duda, encarna toda la mala baba del sicario. De modo inverso, en Mongolia un enfermo terminal de cáncer de cerebro se come los sesos de un lobo y sana inmediatamente. Vivir para ver. Y el mismo Yeats, implantándose glándulas de mono para recuperar la rija, cae en el delirio de tan primitiva viagra. El ser humano y su relación tercamente metonímica con lo natural. El ser humano y su horror vacui, trazando su vertiginosa y deletérea estela por el mundo. Eliot le cantaba a la Virgen aquello de teach me to stand still. Enséñame a quedarme quieto, no es un mal salmo para cantarle a la Naturaleza.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Barbaro

Una faringitis me tiene postrado y no consigo sacar fuerzas para escribir. Aprovecho para colgar este artículo inédito que escribí hace casi un año.

Barbaro

Al parecer, a los atletas se les entrena para que, en caso de sufrir una lesión en carrera, se tiren al suelo inmediatamente. Evitan así que una sola zancada más agrave el daño sufrido en músculos o huesos. Qué pena que nadie pudiera entrenar a Barbaro, así, sin tilde, pues el caballo es estadounidense, para que se arrojara a la arena del hipódromo, con jinete y todo, nada más sufrir la laminitis por la que ha tenido que ser sacrificado.
Pobre Barbaro, empezó a correr hace miles de años por la estepa huyendo de nosotros, cuando lo que queríamos era sólo zampárnoslo, y ha seguido corriendo para nosotros, que apostamos por él, hasta el fin literal de sus días: “se desbocó por la adrenalina y siguió galopando, ya lesionado, durante la segunda ronda de la triple corona en Baltimore”, noticia de J. Marcos en El País de 31 de enero. Como en todo, los buenos se entregan más, según palabras de uno de los preparadores y jockeys consultados por el periodista. Como en todo, los buenos corren más riesgos al dar más de sí y por ello están más expuestos.
¿Pero he escrito “pobre” Barbaro? Lo retiro inmediatamente, pues de pobre tiene poco. Y no lo digo por las ganancias que ha generado este semental velocista, cuantiosas como deben de haber sido a juzgar por lo que serán las pérdidas tras la inyección letal: 95 millones de euros sólo cubriendo yeguas, sin incluir los premios en las otras carreras, esas en las que el montado era él, y el objetivo, como el de un espermatozoide gigante, llegar antes que los demás al óvulo de la meta.
Lo de pobre lo retiro porque la pena y la piedad son sentimientos siempre a poner bajo sospecha. Pero sobre todo porque un animal que muere en la entrega de lo más sublime de su ser, que es la velocidad, posiblemente mimado y entrenado con primor, entero, lo que ya es todo un privilegio para un équido en poder del hombre hoy día, y verdadero en sus cubrimientos, con toda certeza bello y consciente en la belleza del galope, un animal y una muerte así deben inspirar lo opuesto de la pena, que es la admiración. Maravilloso Barbaro.
No se ha escatimado en gastos para salvarlo, operaciones, clavos en la maltrecha rodilla, curas y posoperatorios. Al irrepetible Barbaro se le ha otorgado un trato vip, nada que ver, parece, con el que reciben muchos otros caballos lesionados en carrera, a los que, tras el pudoroso biombo que los oculta de la grada, se les aplica una eutanasia in situ. Nada que ver con el caballo que se rompe una pata en las películas del Oeste, sacrificado por el héroe, de quien ha logrado arrancar esa furtiva lágrima que ni los indios ni la cabaretera pelirroja logró hacer aflorar. Bravo Barbaro.
Brindo por él, con el champán de los campeones, con la leche de los potros, o con la simple agua impoluta de todos los herbívoros. Por su vida, por su huida, no de sí mismo, sino todavía de nosotros que seguimos apostando por él. Por su muerte, digna de los héroes. Y le miro con respeto y admiración, en esta foto que recorto del periódico y pego en algún rincón ilustre de las paredes de la memoria: un tordo fibroso y grácil, con una estrella en la frente —Barbaro tenía que ser un caballo con estrella—, todo potencia en la plenitud de la carrera, elevado sobre el suelo, alado casi; unido a la realidad por esa arena que levantan sus cascos, como el glorioso polvo en que se ha convertido y va a lomos del viento por las praderas que un día fueron suyas.

31 de enero de 2007

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La sociedad postliteraria, Darwin, la materia oscura

Creo que fue preparando la traducción de Emerson. En algún estudio leí que estábamos en la sociedad postliteraria y que el sabio de Concord se resentía de ello: nadie lo lee ya en los Estados Unidos fuera del ámbito universitario. Quizá así se explique la vía muerta en la que entró aquella traducción. Desde entonces, siempre que he tenido ocasión de decirlo, por escrito o a voz en grito, lo he dicho: vivimos en una sociedad postliteraria y, claro, el género que más se resiente es el más literario, es decir, la poesía. Todo esto al día siguiente de haber corregido pruebas de mi segundo libro de poemas, Darwin en las Galápagos, que verá la luz el año que viene. Es un poco la otra cara de Viaje al ojo de un caballo, con bastantes animales, aunque no hay ningún équido (quitando al autor, claro, cuyo año chino es el del caballo). El libro lleva tiempo en lista de espera como es normal en estos casos. Durante estos años ha cambiado de título, ha adelgazado (aunque yo haya engordado), viene más ligero de equipaje, más maduro y sereno, más compacto. Y hoy, cuando bajo a comprar la prensa veo Viaje al ojo de un caballo en el escaparate de la papelería. Jesús, mi quiosquero, que trabajó en una imprenta hasta que las regulaciones le hicieron cambiar de papel, y nunca mejor dicho, tiene una papelería de barrio. Allí compro cada día el periódico. Y allí, junto al último best-seller y las cajas de lápices Alpino, veo las all-star de mi librito. Si hay algo más absurdo que los nacionalismos, sin duda son los nacionalismos de barrio. Yo no lo practico, pero me da alegría ver Viaje al ojo ahí (tras la insistencia de Jesús, que quiere darme a conocer a su parroquia). Entonces abro el periódico y veo la entrevista de Enric González, ese lujo de corresponsal, a José Funes, astrónomo en el Vaticano. En la eterna expansión del Universo, le pregunta Enric, ¿no llegará al final su desintegración? "No", responde el jesuita. "Se mantendrá por debajo de la gravedad crítica gracias a la energía oscura, una energía que aún no comprendemos". A vueltas con el Ser y la Nada, me digo, la Realidad y la Nada, el Universo y la energía tenebrosa de la Nada. Y en la postliteraturización de la sociedad, me sigo diciendo, ¿no acabará desintegrándose la literatura? Pienso en mis dos pequeños libros, pienso en Emerson, en Jesús, y entro con una media sonrisa en la estación del metro.

martes, 4 de diciembre de 2007

José Viñals a caballo

Me llama José Viñals, el poeta argentino afincado en Andalucía desde hace años, para decirme que Lunas rojas, la revista de poesía virtual, ha publicado un monográfico sobre su obra. Viñals es un poeta fuerte, radical, sin remilgos. También se podría decir que es un poeta viril, y esto en el sentido emersoniano. Valdrían catálogos como "surrealismo", "irracionalismo". Yo lo dejo en Poesía, así, sin comillas, con mayúscula. A veces la poesía nos deja de visitar. A veces se tiene la entereza de admitirlo y dedicarse a otra cosa. En el caso de Viñals, la poesía le habita. Su labor es mantenerse fiel a esa labor de hospedaje. El caballo es muy importante en su obra. Normal, viniendo de un autor cuya mente se ha forjado en el yunque infinito de la Pampa. Poeta del amor, como todo poeta de raíz, y del exilio, como todo poeta, José conoció las zarpas de la dictadura igual que tantos compatriotas suyos y cruzó el Atlántico. Fue dinamizador cultural en la Andalucía de los ochenta. Es y sigue siendo, en el buen sentido de la palabra, poeta. Termino con sus palabras, es decir, comienzo:

Y tu caballo tendrá peso y sombra, para el cauto apretón de tus rodillas, para tu espuela de plata gris, inexsitente.

Así monta el mongol. Y el indio americano. Y a José Viñals, este gaucho varado entre olivares, tampoco le hace falta metal hiriente en los talones para indicarle el pulso y el sentido a su caballo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Matadero

El viernes estuve en una fiesta en el Matadero, los espacios reconvertidos junto al río Manzanares, aquí en Madrid, muy cerca de la plaza de Legazpi. Se ha transformado lo que era un matadero gigantesco en una serie de naves para la creación artística, literaria, musical. Es un diseño muy urbano, con aprovechamiento de las estructuras existentes, cemento y acero, sin hacerle ascos al aspecto crudo en el que han quedado muchas de las paredes. Recuerda a los lofts de los pintores neoyorquinos, y supongo que busca recrear ese espacio para inspiración (o simple refugio) de los artistas. Aunque no pudimos visitar todas las dependencias, una en concreto me impresionó: la sala de columnas que hay en la misma entrada, frente a la recepción. Parece ser que era allí donde colgaban los cuerpos de las reses, en enormes ganchos, cuando el matadero estaba en funcionamiento. Uno se imagina decenas y decenas de cuerpos cada día, desprovistos ya de piel y cabeza, colgando inertes, en una mancomunidad macabra de vida animal reducida a lo más esencial: la proteína. Se accede por unas cortinas de tiras de plástico rígido, muy parecidas a las que seguro cubrían la misma puerta cuando el matadero estaba en funcionamiento. Ahora hay una instalación dentro, un túnel de fibra blanca iluminado con luces fantasmagóricas, pero lo que realmente impresiona es la nave en sí, una especie de sala de columnas de la Mezquita de Córdoba cubierta de pintura negra, a mitad de camino entre el hollín y el graffito. No huele a nada dentro, pero es imposible no imaginarse el olor a víscera y a carne muerta impregnando todo. Me llevó esta imagen espectral a la reflexión que hago en Viaje al ojo de un caballo sobre la depredación, ese atajo en la cadena alimenticia por el que unas especies simplifican el proceso trófico al zamparse directamente a otras ya formadas. También allí hablo de una reflexión parecida que leí en el diario de César Simón, Perros ahorcados. Luego supe, por un libro de geología, que la depredación existe desde finales del Cámbrico, no antes, es decir, hace unos 570 millones de años. Me resisto a creer que ese salto evolutivo fuera inevitable. No sé, hay algo de perverso en todo ello. Y lo digo después de haber devorado varias raciones de carne este mismo fin de semana. El espacio del matadero lo ocupan ahora los artistas. Pero en algún otro lugar del extrarradio de esta ciudad, miles y miles de animales son sacrificados y sus cuerpos cuelgan de una sala de columnas parecida. Qué distinto todo de ese pastor mongol que se vuelca con cariño sobre su res y le practica una herida mínima para extraerle el corazón, a plena luz sobre la estepa, lejos del blanco profiláctico y del olor a muerte en nuestros mataderos industriales.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Música, filosofía, matemáticas, ¿poesía?

Leo en El País de ayer el caso del alumno que sacó la nota más alta en las últimas pruebas de acceso a la Universidad: nueve con noventa y nueve. La Universidad es cicatera hasta con los que no han entrado aún en ella. El chico no quiere estudiar ingenierías ni administraciones, sino música. Y matemáticas, es decir, tiene su vocación perfilada en una sola y nítida dirección. Porque es lo mismo. Diego, que así se llama nuestro amigo, habla también del vínculo entre ambas disciplinas: Pitágoras y el puente que trazó entre el número y la nota musical. Es decir, habla también de Filosofía. A veces creo que la sucesiva especialización está desamueblando nuestras cabezas, que lo mejor sería enseñar a nuestros chavales solamente eso: Música, Matemáticas, Filosofía. La vida y ellos mismos ya se encargarán de la especialización. Con un buen disco duro, el software es cosa secundaria. Diego no tiene novia, o bien su novia es su violín, ese instrumento hermoso, caprichoso y curvilíneo igual que una veinteañera. Y también le gusta la poesía. La lee y escribe, pero no traducida. Es normal, le gustan las cosas auténticas, la pura raíz. A mí me gustaría que a Diego le gustaran mis poemas. Y, claro, también mis traducciones de poesía. Pero no aspiro a tanto. Sea como sea, será siempre su opción. Y parece que tiene criterio. Porque la poesía no se enseña. No, señor, la literatura, la lengua, el arte, todo eso no se aprende, se ejercita. Y se disfruta. Es más, estoy plenamente convencido de que una de las razones por las que la gente no lee poesía (hay otras, por supuesto) es el maldito comentario de texto de la selectividad, ese ejercicio de vivisección que mata lo físico, lo fónico, lo material del poema. Me cae bien Diego. ¿El nuevo premio Hiperión de poesía?

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Náufragos

Ayer vi algo asombroso por la tele. No uso caja tonta y cuando voy a un sitio en el que la tienen conectada, me quedo boquiabierto unos instantes. Fui a cenar a casa de mi padre y antes del fútbol había un telediario. Lo que vi me impresionó: tres magrebíes atravesaban el Estrecho a bordo de, no una patera o una zodiac clandestina, sino de una tabla de surf. A horcajadas, como encima de un caballo de fibra sintética. Fueron avistados por un ferry y las imágenes las grabó un turista con su cámara. Se les ve acercarse al barco y cómo los van subiendo. Uno cae al agua. Pero lo que más llamó mi atención fue que estos náufragos llevaban una especie de remolque atado con una cuerda y hecho con cámaras de neumáticos superpuestas. Ahí iban sus pertenencias. Me impresionó ese detalle, esa pulcritud, cuidado, primor casi en acoplarle a la precaria embarcación su correspondiente vagón de equipajes. Normalmente los magrebíes son los malos en la mayor parte de las historias de emigración que conocemos: los patrones de la patera, gente sin escrúpulos que explota a los subsaharianos (hasta en esto hay jerarquías) y les deja tirados a la mínima de cambio. Pero estos tres robinsones se acercan mucho a la estatura del héroe. El mar estaba picado y el cielo lleno de nubes. Remaban como indios en un lago encrespado. Cuando izaron al último, se vio la tabla de surf y lo que había escrito en ella: "BARCA" con un spray de graffitero, y un número que no pude leer. Luego vimos el fútbol con algún gol meritorio, cenamos, hablamos. Pero esa imagen de la tabla y los neumáticos no se me ha borrado todavía de la memoria.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Los caballos de Durero

En la exposición de Durero y Cranach en el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid hay muchos caballos. Parece que el caballo sea como una medida de las dotes del pintor. Todos los violonchelistas tienen que grabar las suites de Bach para doctorarse. Y los pintores tienen que pintar un caballo, al menos uno. Hasta Goya lo hace, en plena batalla de los mamelucos, sufriendo el filo de la daga también él, un caballo cayendo, excesivo como toda guerra. Y Picasso, que como siempre viene a ponerlo todo patas arriba, va y pinta un borrico, que a su modo es un caballo.
El caballo en la pintura parece que se tenga que someter también al filtro de lo ideal. Y lo pintan gigantesco, con ancas descomunales. A Durero le salen bien cuando el caballo está montado, como parte de ese otro ideal que es la caballería. Pero cuando los pinta sin jinete, como en el grabado de San Eustaquio, por ejemplo, le sale el lomo demasiado largo, como si no supiera qué hacer con él, como si un caballo sólo pudiera montarse y al pintor le sobrara toda parte no cubierta por la silla.
Me quedo, sin embargo, con los caballos salvajes de Hans Baldung Grien, dos grabados de 1534. Me recuerda mucho al takhi entre los abedules de Hustai. Aparecen apelotonados, unos encima de otros, participando todos de ese espíritu común de vida salvaje que el pintor, de nuevo, ha buscado como el ideal del cuadro. La aglomeración, sólo aparentemente desordenada, de cuellos, patas, ancas, lomos, todo ello entre los árboles, es prácticamente el mismo cuadro que yo vi en Mongolia en mi segundo día de observación del takhi. Una masa informe de proteínas para mis antepasados cazadores, o algo así, digo en el libro.
El caballo representado en estos grabados de Baldung Grien no es el caballo salvaje, el tarpán, por aquella época quizá ya extinto. El ideal tiene doble sentido entonces: el pintor retrata un mundo perdido. Y aunque la tinta negra no reproduce ningún color, sólo la sensación de un color, yo juraría que el pintor ha visto realmente un grupo de caballos salvajes en el bosque. Uno de ellos hasta orina. Tiene un miembro enorme que parece la trompa de un elefante o un múrice gigante y el chorro le une en un vínculo secreto con la tierra. Ese caballo es mi caballo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

El anillo de Sifryd

Como un Sigfrido al frente de los Nibelungos, otro Sifry, David, pope de los blogs, que fue bloguero antes que fraile, cierra filas en torno a su peculiar anillo (El País de ayer). Para tener un blog con éxito, este californiano que posa junto al mostrador del desayuno, bien provisto de potasio y cereales, recomienda escribir con regularidad, escribir bien, y enlazar, enlazar, enlazar. Cuando yo daba clases de inglés les recomendaba a mis alumnos algo parecido para aprender vocabulario: usarlo con frecuencia, usarlo bien, y asociar, asociar, asociar. Así lo aprendí yo al menos. Y ya se sabe que los mejores profesores de un idioma no son necesariamente los nativos, sino los de la lengua madre del alumno: hemos pasado por un proceso similar. Y Sifry, que parece ser se ha curtido en la blogosfera antes de comprarse un planeta para él solo, recomienda eso: que de un blog se llame a otro y a otro y a otro. Así el usuario puede conocer más blogs. Cierto, pero así también la blogsfera se va constituyendo, forma tejido, crece, se multiplica. No se cuántos millones somos ya en el mundo. Pero seguimos lejos de los millones de millones que tienen coche, ordenador, televisión. Ese parece ser el objetivo (loable, ¡ojo!, que aquí estoy yo de blogger, dando el callo, casi a diario). Sólo pido que, en esta lenta construcción de un mundo, no nos olvidemos del otro, aquel en el que el tejido ya está formado y de hecho nos forma. Y que en este trenzado de enlaces, mejor que la figura del anillo, busquemos otra con connotaciones menos asfixiantes. Mejor la línea que el círculo. Frodo mejor que Smeagol.

P.E.: como soy nuevo en Bloglandia y tengo resabios de microescritor -ver entrada más abajo-, con el consiguiente y crónico solipsismo, no conozco muchos blogs. Seguro que ya los conocéis, pero podéis daros una vuelta por lo de Mateo de Paz (te enteras de lo último en el mundo literario), o por Divertinajes (predicen quién va a ganar los premios literarios), o Arranca Thelma (un foro de lectura con muchísimo encanto). Y hasta ahí llego.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Presas y presos

Gente que ha leído Viaje al ojo de un caballo me dice que la imagen de China como el malo de la peli quizá sea exagerada. Habría que preguntárselo a los mongoles y demás pueblos limítrofes con el gigante asiático. Pero sobre todo, me temo, habría que preguntárselo a los propios chinos. Leo una noticia en El País de hoy, sobre la presa que están construyendo en el Nilo para el gobierno sudanés. Los trabajadores son chinos y viven dentro del perímetro mismo de la futura presa. ¡Eso sí que es compromiso con la obra a realizar y no la literatura comprometida! Por supuesto, no tienen ningún contacto con la población de Sudán y se pasan allí años sin salir. Se rumorea que pueden ser presos chinos condenados a trabajos forzados. Sea como sea, parece una mano de obra barata, rápida, eficaz. Las palabras de un opositor sudanés (¿qué dirá el gobierno?) no tienen desperdicio: "El balance es muy positivo. Hacen lo que necesitamos y barato. Su papel es mucho mejor que el de los occidentales". Los chinos fabrican mucha de la ropa que llevamos, los utensilios de cocina que utilizamos, tienen una manufactura sin rival en el mercado internacional. Ahora, además, exportan mano de obra para proyectos de ingeniería poco populares. Van a arrasar (también en el sentido lato de la palabra, me temo). La caridad empieza por uno mismo, claro, y ahí está la presa de las Tres Gargantas para quien les acuse de no aplicarse su propia medicina. El proyecto en Sudán, dicen, ayudará a sacar a África de la pobreza y a llevarla poco a poco hacia el desarrollo. Los pueblos sumergidos, los miles de realojados, la fauna y flora sepultada bajo las aguas parecen pecata minuta comparados con la promesa del progreso, esa cura para todo. Nuevamente, el fin parece justificar todos los medios. Como en las Tres Gargantas. Como en Riaño. La naturaleza se adapta, si le cubren esta parte, florecerá en esta otra. Si mueren X número de especies, otras surgirán, se modificarán. Así ha sido siempre y así seguirá siendo, aunque sea a causa de ingerencia humana, devastadora, claro, pero no necesariamente terminal. Ahora bien, ¿estamos en condiciones de asegurar que esa devastación no será definitiva para nuestra propia especie? Y sobre todo, incluso si sobrevivimos, ¿en qué condiciones y a qué precio?

domingo, 18 de noviembre de 2007

Cuadros y paisaje

La exposición en la galería Juan March, La abstracción del paisaje, muestra los primeros escarceos con la abstracción en los fondos sublimes de Caspar David Friedrich, y llega hasta la sublimación total de un horizonte marino en Mark Rothko. Se ve cómo la abstracción fue en realidad eso, la separación de un detalle que formaba parte del conjunto del cuadro para llevarlo a ser sujeto mismo de la representación. Convendría irse más atrás, a los cielos oníricos de santos que pinta el Greco; o hasta la plasmación paisajística en los maestros holandeses del Renacimiento, allí donde Patinir se olvida de la escena bíblica representada para jugar con las posibilidades de un horizonte en expansión. Pero este recorrido empieza más tarde, cuando al cuadro se le ha despojado de todo motivo, no ya religioso, sino casi antropológico. El hombre está aquí sólo en la mirada, que no obedece a menos sesgo. La exposición está basada en un libro de 1975 de Robert Rosenblum: La pintura moderna y la tradición del Romanticismo nórdico. De Friedrich a Rothko. Decir Romanticismo nórdico, para algunos, es pleonasmo, pues no habría habido otro Romanticismo. El Romanticismo surgiría como preocupación teórica en el norte de Europa y se haría patología en el sur, cultural o biológica, Byron o Leopardi. Todos conocemos esa explicación basada en la forma de incidir la luz en unas y otras latitudes: por un lado el norte umbrío, difuso, propicio al fermento de la imaginación, con la consiguiente creación de formas en los fondos inconcretos; y por otro lado el sur nítido bajo un sol sin concesiones. Rosenblum apunta en una cita del catálogo otra motivación: el protestantismo, cuyo espíritu humanista llevaría ese conflicto que refleja siempre el arte (aun si es entre realidad y percepción) lejos del formato divinal para alojarlo directamente en la naturaleza. Es una interpretación muy sugerente que explicaría además muchas otras cosas. Entre otras, la separación del hombre de su entorno natural, la intelectualización de este último, el progreso y su saqueo de los espacios naturales y, como consecuencia, la preocupación medioambientalista. Quién sabe, quizá de aquellos polvos vengan estos lodos. Quizá mirar de forma enajenada la naturaleza equivalga a perderla de vista. Quizá R. W. Emerson, cuando mira en torno y se olvida de las granjas de sus paisanos para buscar un más allá que sólo le pertenece al poeta también está mirando así, mirando lo que pierde. Quizá la exposición debería en realidad subtitularse: La enajenación del hombre de la naturaleza. Del ojo henchido de Friedriech a las manos vacías de Rothko. Pero queda mundo. En Viaje al ojo de un caballo critico la afirmación de Octavio Paz en sentido contrario. Desde la rotundidad de Mongolia. Pero también aquí queda mundo. Sólo hay que saber mirarlo. Y quizá la exposición sirva para decirnos cómo no hay que hacerlo.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Una montaña es un pensamiento

Acabo de leer el libro de Fermín Herrero Tierras altas (Hiperión, 2006), y no encuentro mejor ejemplo para la etiqueta que lleva esta y otras entradas: libros y paisaje. En Tierras altas el libro es el paisaje, lo absorbe de manera tal, que aunque yo nunca he estado en esa parte de Soria, podría dibujarla con los ojos. Pero no es ese paisaje transido de la inmensidad de lo sublime que se ve en la exposición sobre el Romanticismo en la Galería Juan March (de la que quiero escribir una entrada próximamente), sino un paisaje demorado en lo pequeño, con la huella de lo humano perdurable (y sostenible, como se dice ahora). Un paisaje, claro, en serio peligro de extinción. Como si todo lo que vi en Mongolia de repente tuviera fecha de caducidad. Leí por primera vez a Fermín en Echarse al monte, con el que ganó el premio Hiperión en 1997. Aquel libro me encantó, me pareció combativo, radical, síntesis difícil y valiosa de dos mundos, el urbano y el rural, en uno solo que es la experiencia del poeta. Veo Tierras altas menos belicoso, pero más radical todavía. Supongo que también los poetas se hacen mayores. Aquí la resistencia viene de la misma desnudez del paisaje y se acerca por eso mucho más a lo indestructible. El poema también. Falta nos hace, pues el libro levanta acta de la desaparición de una forma de vida, o lo que es lo mismo, una forma de relación con la naturaleza, la última que lo hace en equilibrio en la Europa de las subvenciones. Ahora es el tiempo del saqueo y su perverso envés: el proteccionismo. Hay poemas que son una auténtica joya. Podría citar varios, pero me quedo con este:

NOVIEMBRE

Es otra luz,
se espesa el aire. Rama.

También porque es el mes en el que estamos. Y porque aprovecha muy bien los recursos del haiku sin caer en su manierismo formal (a mí el haiku siempre me ha parecido demasiado manierista, y este poema demuestra cómo romper esa letra sin perder su espíritu). El tiempo que canta Fermín ya no volverá y comparte esa conciencia y esa belleza con la película de otra soriana, Mercedes Álvarez: El cielo gira. Hay más rincones en España parecidos, pero quizá sea necesario que, en la tierra en la que resistió Numancia, otro Megar resista en la palabra y la memoria de Fermín, que ha sido pastor, y ha escuchado el relato aterido de los camineros al amor de la lumbre, más espeluznante aún que el aullido del viento en la chimenea. Aunque el libro lleva ya tiempo publicado, celebro Tierras altas como lo que es, un (re)descubrimiento. Y celebro que Fermín siga resistiendo con su poesía de altura ante el nuevo Escipión (¿o ha sido siempre el mismo?).

jueves, 15 de noviembre de 2007

Microeditoriales

El periódico de tirada gratuita adn, en su edición de ayer, dedicaba un artículo a las microeditoriales: sellos nacidos ya bien entrado el siglo y que editan, con bajo presupuesto más grandes dosis de mimo e imaginación, libros exquisitos, raros, de autores desconocidos. Uno de los libros cuya portada se reproduce es Viaje al ojo de un caballo. Claro, yo siempre la he tenido pequeña (la inspiración, digo). Y el tiempo para dedicarle a la escritura. Como tantos otros escritores que han de compaginar su vocación literaria con un trabajo de ocho horas. Yo asumo, pues, mis limitaciones de tamaño: me declaro desde ya microescritor. Quizá haya por ahí algún microlector interesado y podamos entablar una relación fructífera y microscópica.
Siempre me llamó la atención que editoriales como Anagrama o Tusquets, con proyectos sólidos, prestigiosos y sostenidos desde hace años, se definieran a sí mismas como “pequeñas”. Algo que suena casi irónico, porque si Herralde o de Moura la tienen pequeña (la capacidad de edición, digo), entonces a gente como Sergio Gaspar de DVD ediciones o Pepo Paz de Bartleby les parecerá que ni se la encuentran. La cadena trófica de las editoriales en España va quedando bien taxonomizada. Tenemos los grandes depredadores, especies de tamaño mastodóntico como Planeta o Mondadori, también llamados grupos editoriales porque, sobre ser grandes, además cazan así, en grupo. Luego están las editoriales “pequeñas”, para entendernos, el depredador de tipo medio como Anagrama o Tusquets. Más abajo las minieditoriales, DVD o Bartleby, en las que se produce el milagro de la transubstanciación de la editorial en la carne y persona del editor. Y por último, garrapateando a ras de tierra, las microeditoriales que adn acaba de catalogar: Artemisa o Periférica, por citar dos ejemplos.
Esta es la jerarquía. Y uno se pregunta si los trasvases en un sentido u otro de la cadena son bien mirados. Si las minieditoriales, por ejemplo, ven con buenos ojos que los miniescritores flirteemos con las microeditoriales, es decir, nos jibaricemos hasta alcanzar la naturaleza micro. O si será posible que un microescritor al que se le ha dado la oportunidad de aspirar a la categoría mini, de repente salte dos peldaños en la cadena y se cuele en las “pequeñas” editoriales (a los que suben hasta el grado extático de la depredación no los cuento, pues son el porcentaje de milagro que todo ecosistema necesita para no extinguirse). Vamos, como aquel delantero centro de la Ponferradina que fichó el Depor y al que dosificó minutos, oportunidades, juego. Todo para ver cómo les dejaba con un palmo de narices y triunfaba en el Barça. Y es que los escritores son animales muy desagradecidos.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

El leopardo de las nieves y los mongoles norteamericanos

En El leopardo de las nieves, ese libro magnífico de Peter Mathiessen, el autor se sorprende del parecido físico entre los tibetanos (como sabéis El leopardo de las nieves narra un viaje por el Himalaya en busca del felino) y los indios pueblo y navajo de los Estados Unidos. Cuando lo leí me quedé de un aire, porque en Viaje al ojo de un caballo, hay un momento en el que digo lo mismo, las mismas etnias indias, pueblo y navajo, se parecen mucho a los mongoles. La gente que haya leído ambos libros pensará que lo tomé de Mathiessen, pero la verdad es que leí El leopardo al volver de Mongolia, cuando Viaje al ojo ya estaba escrito.
Bueno, este preámbulo viene (además de para deciros que salgáis corriendo a leer El leopardo de las nieves si aún no lo habéis leído) porque me gustaría hablar hoy de los indios de Norteamérica. Hace unos meses leí un artículo sobre ellos. Hablaba de la diferencia entre unos pueblos y otros. Por lo visto, la cadena Hard Rock Cafe pertenece a una tribu, y otra tribu en concreto, los Pequot, es dueña de muchos casinos en la zona Este, lo que les convierte en adinerados y consumidores a ultranza del American way of life. Otros, sin embargo, y me temo que sean los más, languidecen entre la pobreza, el aislamiento y el alcohol. Una tribu en concreto, y a esto es a lo que realmente voy, ha decidido oponer una resistencia épica en estos tiempos de picaresca universal. Parece ser que los Lakota, a cuya rama pertenecían los sioux de Caballo Loco, llevaban años pletieando por las Black Hills, las Colinas Negras, ya sabéis, las montañas que el gobierno les dio en el siglo XIX pero que, tras la fiebre del oro, fueron invadidas por buscavidas de todo tipo. En 1980 los tribunales fallaron que se les compensara por la pérdida de sus territorios sagrados con quinientos millones de dólares. Bueno, pues los Lakota no han tocado ni reclamado ni un centavo de todo ese dinero. Prefieren seguir siendo pobres y dignos, con principios. Las Colinas Negras están llenas, parece ser, de turistas, y es difícil que vuelvan a los Lakota. Pero ellos, negándose a recibir ese dinero están dejando claro que si no son suyas, tampoco lo serán nunca legalmente del gobierno estadounidense. Es una actitud saludable en un tiempo de compraventa como el que nos ha tocado vivir.

martes, 13 de noviembre de 2007

El fin y el medio

Leo en un artículo de El País de hoy declaraciones del piloto español liberado, junto a la tripulación, en el caso de la ONG El arca de Zoé en Chad. Dice, hablando de esa ONG, que "para ellos, el fin justificaba los medios".
Creo que esa es una actitud común en muchas de las organizaciones que se ocupan de intentar solucionar los tremendos problemas que tiene el planeta, tanto en el caso de los países subdesarrollados, como en el del medio ambiente (en muchos casos es lo mismo). Si todo vale para conseguir que esos niños lleguen al mundo desarrollado, hasta la ilegalidad (por no hablar de la arrogancia que supone pensar que en el mundo desarrollado van a estar mejor), nos encontramos con casos como estos, una ONG que casi alardea de su temerario comportamiento: en efecto, para ellos, el fin justificaba los medios. Hago referencia a este tipo de actitud al final de Viaje al ojo de un caballo: la caridad exportada al mundo por parte de un Occidente orondo y satisfecho.
Igual sucede con el medio ambiente: una ONG británica organiza la salvación de diversas especies por internet, estableciendo un ranking de popularidad, de manera que la más votada recibe más donaciones, etc, como un Gran Hermano animal: abandona la casa el hipopótamo enano del oeste de África, y en ese plan. Es de nuevo el proteccionismo de una conciencia culpable que se cree soberana sobre los designios de los ocupantes de la casa (la Tierra) a golpe de talonario. Esa no es la relación de tú a tú, con respeto pero sin falsos paternalismos, que debería presidir nuestras relaciones con el medio ambiente.
Y con África, sin ir más lejos. Los niños en Occidente no están libres de los malos tratos, el absentismo paterno, el bullying en los colegios, los problemas de nuestras sociedades desarrolladas, un futuro no menos incierto en muchos casos. Pensar que ofrecer eso a los niños del mundo subdesarrollado es un fin al que hay que someter cualquier tipo de medio es peligroso. Son más creíbles las ONG que buscan habilitar ese mundo (desarrollado o no, su mundo al fin y al cabo) para que les sea posible seguir viviendo dignamente en él. Como han vivido siempre. Aunque no tengan playstations.

sábado, 10 de noviembre de 2007

El hombre bañera y el niño océano



Mi amigo Juanjo Almagro Iglesias (el Mangus) acaba de publicar su primer libro de poemas, El hombre bañera. Lo ha sacado Bartleby, que sigue en su línea de combinar poetas norteamericanos de prestigio y primeros libros de poetas españoles jóvenes. Me parece una línea muy acertada (¿qué vamos a decir, si fue Pepo quien publicó mi primer libro de poemas?), que ha dado y está dando muy buenos frutos. El libro de Juanjo tiene poemas espléndidos, muy de raíz, en los que entran diversos elementos, culturales, biográficos, pero que él lleva hacia un norte de sentido como yo no he visto hacer a nadie entre nosotros. Sale el desparpajo de Billy Collins, el hiato en el ánima de Vallejo, el lirismo insoluble en vena de Gamoneda, todo en un lenguaje rico y compacto, pequeñas pastillitas para la tos del alma y la memoria. Yo le tengo especial cariño a un poema sobre un caballo, pero hay momentos de verdadera poesía. Además, es una muy buena radiografía de nuestra generación (Juanjo y yo somos del 66), desde los barrios del Madrid de los primeros setenta, con mucho descampado, igual que hoy día Ulan Bator, y en el que los niños nos eternizábamos jugando al fútbol, como todavía se hace en Nápoles, hasta este tiempo finisecular de ahora. Todo empieza una mañana en la que a un niño le peina su madre para ir al colegio, y termina donde terminó un poco todo para nosotros, en una fecha: el 11-M. En la foto, estamos Juanjo y yo intercambiándonos nuestros vástagos, "Toma, aquí tienes un bañerita", "Toma tú este caballito". Tengo que excusarme por las pantuflas y las barbas, pero es que el encuentro tuvo lugar en mi casa. Lo celebramos todo con unos huevos rotos, y la sobremesa se prolongó, como aquellas pachangas en el descampado que no acababan, con espiritosos y más amigos que se incorporaron más tarde. Fue un día de la Almudena con cielo plomizo sobre Madrid, pero brillaba el sol en nuestros corazones. ¡Qué grande eres, Mangus!

jueves, 8 de noviembre de 2007

El ruiseñor de Capri


Un amigo de las islas de la bahía de Nápoles.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

No era para tanto



En efecto, Nápoles no era para tanto. Me refiero sobre todo a esa imagen de ciudad conflictiva, peligrosa, sucia y descuidada. Una vez allí, no me ha parecido que fuera para tanto, la verdad. Y habría que ver muchas de nuestras ciudades hace tan sólo dos o tres décadas (Habría que ver algunas zonas de nuestras ciudades todavía hoy). Pero si voy a lo positivo, ¡entonces Nápoles era para mucho más!: el entorno natural de la bahía, las islas al fondo, tumbadas como grandes vacas marinas, dos museos espectaculares, un microclima benigno, y el volcán, claro, ese volcán. Creo que es en un poema de Ángel Crespo donde se habla, dirigiéndose al río Danubio, de "ese pájaro que nació de mirarte tanto". Pues bien, uno mira tanto al volcán, desde tantos sitios distintos, que se pregunta si no habrá nacido algún extraño pájaro de esa mirada. Pero uno no aspira a tanto. Ni Nápoles, que parece conforme con ese presente plácido tras un pasado único en Europa: hace cien años muy pocas ciudades le disputaban la supremacía. Hoy, claro está, se ha quedado rezagada. Y se acumulan las basuras en las carreteras de acceso a Nápoles, como se amontonan las grandes verdades en los desagües de la Historia. Dicen que, quizá como tantas otras cosas en el sur de Italia, la acumulación de residuos es un problema que tiene su origen en el crimen organizado. También ocurre así en la Historia, que escriben siempre los vencedores, ya se sabe, los que organizan el crimen, o sea el cotarro. El napolitano mientras tanto se pone a ver pasar la vida en las esquinas (así nació la filosofía), fuma, grita y gesticula, es todavía un poco árabe. Afortunadamente. O cruza vertiginoso en motorino: sigue siendo todavía un jinete normando. Y tiene algo Nápoles de Ulan Bator, o de Aleppo, y mucho de Argel, ese abigarramiento, esos papeles por el suelo, esa presencia de lo que se resiste a ser aquilatado, compartimentado, reducido a brillo profiláctico de ciudad suiza. Yo no creo que la ciudad la inventase Caín. Como tampoco creo que Nápoles sea una ciudad cainita. Hasta el Vesubio se ha cansado de ser una constante amenaza y parece que la deja en paz. Si el primer hombre se puso en pie en Mongolia, como sostengo alegóricamente en Viaje al ojo de un caballo, su primera ciudad tuvo que ser Nápoles. Pero yo no escribiré ningún Viaje al ojo de un volcán. Ya lo escribió, maravillosamente, Susan Sontag.

viernes, 26 de octubre de 2007

La ciudad de Azúa

Otra cosa, amigos: voy a Nápoles la semana que viene y para ir documentándome he empezado a leer un libro que trata de esta ciudad, La invención de Caín, de Félix de Azúa. El caso es que en el prólogo he visto un posible debate entre esa concepción de la ciudad y la de la naturaleza que exploro en Viaje al ojo... Si no me equivoco, según Azúa, y es una reflexión brillante, Caín, al ser expulsado del paraíso, funda la ciudad, crea el artificio de la urbe como espacio alternativo a la naturaleza. Si os interesa, podéis contrastar esto con la visión en Viaje al ojo... de la naturaleza, la interpretación del episodio de Caín, y la visión de la ciudad. Ya me contaréis.

Nueva película sobre Mongolia

No os perdáis La boda de Tuya, una peli nueva sobre Mongolia. Voy esta tarde al cine Golem y luego os cuento cuál es mi impresión. Tiene buena pinta: es narración, no documental.

SINOPSIS Y FICHA TÉCNICA
Ya (Yu Nan) es guapa, fuerte, cuida de sus animales en una región desértica de la Mongolia interior, tiene dos hijos y está casada con Bater (Bater), al que ama profundamente. Pero Bater es inválido, hace tres años tuvo un accidente cavando un pozo. Tuya debe hacerlo todo: llevar a cien ovejas a pastorear con su camello, cocinar e ir a buscar agua a 30 kilómetros de su hogar. Un día, Tuya se hace daño en la espalda mientras ayuda a su vecino Senge, un hombre propenso a los accidentes. El médico le dice que si sigue trabajando duro empeorará, pero ella no hace caso. Incapaz de ver sufrir a su mujer, Bater la convence de que se divorcien para que encuentre a otro que pueda cuidar de ella. Acepta, siempre y cuando la persona que cuide de ella y de sus hijos también cuide de Bater. Cuando los pretendientes empiezan a llegar, anuncia que se casará con el hombre que acepte la poliandria.

Género: Drama
Director: WANG QUANAN
Intérpretes: YU NAN
Duración: 95 minutos
Compañía: GOLEM
Año de estreno: 2007

miércoles, 24 de octubre de 2007

Carlos Jiménez Arribas: «Adiós, Poesía»

Carlos Jiménez Arribas se sumerge en la prosa para llevarnos, guiados por su mirada, al mismísimo centro de nuestra naturaleza. Su viaje no es un recorrido poético y ficticio, es la narración de la experiencia propia de un hombre frente a sí mismo en las lejanas praderas de Mongolia, donde habitan los últimos caballos salvajes del planeta.

¿Qué le impulsó a realizar este viaje a Mongolia? ¿Y a escribir el diario-relato de su viaje?
La mejor respuesta está en el libro. Creo que hablo de ello al final, y la verdad es que la mejor respuesta es el propio libro. Aunque no me fui hasta allí sólo para escribirlo. De hecho, no tenía ninguna intención premeditada de hacerlo. Me atraía mucho el paisaje que uno se imagina como típico de Mongolia. Luego se descubre que Mongolia es otra cosa, claro. El caso es que esas colinas verdes, que a mí me recordaban a un desierto de hierba, un perfil así, sin concesiones, bajo el cielo, me llamaba mucho la atención. Me parecía un escenario ideal para cumplir cuarenta años, que es como poner el cuentakilómetros a cero. Como eso que dice Barthes del grado cero de la escritura, pero en la naturaleza: el grado cero de la naturaleza, eso me parecía Mongolia, un lugar, por qué no, en el que comenzar, si no de cero, sí de nuevo.
Eché un cuaderno sin estrenar en la mochila como el que echa una caja de tiritas, por si acaso. No había escrito nunca un diario, me preguntaba cómo me sentiría en ese tipo de escritura, si podía hacer que mi periplo por una tierra que se me antojaba especial tuviera algo relevante, no sé, narrable, comunicable. No pensaba estrenar el cuaderno hasta estar en la estepa, con los caballos. Empezar con algo así como, “El macho otea el horizonte mientras las hembras pastan a su alrededor”. No sé, algo parecido. El caso es que nada más sentarme en el avión, cuando vi a aquel ruso leyendo la novela Aeropuerto, me dije: esto es lo narrable, un pasajero que lee un libro sobre un accidente aéreo en el avión, esto hay que contarlo. Y seguí por ahí. Con el paso de los días, hubo más cosas dignas de contar, no siempre tan divertidas, más cosas, personas, animales, y esa cosa enorme que es la naturaleza. Y con el paso de más días, la misma escritura se fue haciendo rutina, una forma de relación con Mongolia.

¿Se ha inspirado en el género para escribir su relato?
Como ya he dicho, nunca había practicado la escritura diarística. Mi vida no es tan interesante como para eso. He leído diarios de escritores, de poetas, y pocos lo son en su totalidad. Eso me alejaba de este género literario, tan digno como el que más, claro. Sin embargo, el viajar hasta tan lejos, la experiencia en la naturaleza, con los caballos… todo me parecía, ya digo, un poco más digno de plasmar en el papel. Al principio el género operaba, por así decir, en lo que escribía; buscaba referencias culturales (literarias, cinematográficas, artísticas) para muchas de las cosas que escribía. Pero me di cuenta de que esa prótesis cultural, y occidental, sobraba, de que Mongolia, Mongolia articulada en los seres (animales, plantas y personas) que iba conociendo, era ya un argumento más que suficiente. Igual que digo en el libro, creo que al final, que con el paso del invierno al verano, cuando mudan el pelo, los takhi parecen un caballo que saliera de otro caballo; pues en parte, la escritura de este libro ha sido sacar el libro necesario y suficiente del otro libro, ése que uno se pone en invierno para cubrirse. Cuando, en realidad, ni hace tanto frío ni hace falta llevar un abrigo de visones, ¿no es cierto?

¿A dónde conduce el viaje al ojo de un caballo?
A mí mismo. El ojo del caballo es el pretexto, el azogue en el que mirarse. No sabía ni dónde iba, ni por qué. Pero cuando me vi en esa imagen que sale en el día once, o en el trece, no recuerdo; cuando vi a aquel caballo mirándome fijamente, me di cuenta de que iba un poco hacia mí mismo. Quizá por la edad, ese en medio del camino de la vida del Dante, que es una edad como para pararse a pensar un poco en uno. Quizá también por lo que dejaba atrás. Y, claro, por ese horizonte que uno se imagina despoblado pero hermoso, como Mongolia, que suele ser la segunda parte de la vida de una persona. El viaje, pues, me llevó a mí mismo, a aceptarme, por ejemplo. Ahora bien, al lector, ¿a dónde le conduce? Bueno, al lector a mí me gustaría que le llevase a Mongolia: que este librito fuera como un corte en sección en el que se puede ver algo de Mongolia. No todo, por supuesto, pero algo. Y eso sí: que ese algo fuera real. Me importaba sobre todo defender la realidad, hacerlo en ese marco un poco idealizado, sí, pero vigente, válido.

¿Qué tiene de manifiesto vital este relato? ¿Y de manifiesto literario?
En lo que hay de parada antes de seguir, de tramo necesario en la vida de una persona para detenerse, echar la vista atrás y hacia delante, tomar nuevo impulso para seguir, sí que parece eso, un manifiesto vital. Es curioso, no lo había visto antes así, pero así es. Y aunque haya salido del traje invernal, como decía antes, aunque haya intentado desnudarme, despojarme de ese traje que es la experiencia estética en las referencias y todo eso, indudablemente está el bagaje que esa experiencia ha dejado, no siempre cifrado en citas, por ejemplo, pero que está ahí. No sé, quizá me fui a Mongolia para decir aquello de Descartes: pienso, luego existo.
Manifiesto literario es el libro mismo: el hecho de que, en lugar de ponerme a escribir poesía, la sección de la librería en la que hasta ahora ha cabido lo que he escrito o traducido, pues optara por una escritura distinta. Quizá así se pueda entender la lectura que hago de Octavio Paz, muy personal, claro, pero muy necesaria. De repente me encontré en un marco especialmente prístino leyendo algo que pasaba por ser la quintaesencia de la escritura poética (no del poema, sino sobre el poema) y que me ofrecía una lectura del mundo con la que no estaba en absoluto de acuerdo: ese flirteo tan peligroso con la Nada como categoría poética. De pronto toda la estatura de Paz, y mira que era grande, se me vino abajo, chocó con las aristas de suficiencia, de realidad, de verdad, de defensa de algo que no puede ser relativo. De algo que no puede depender de la óptica con que se mire, de algo que sólo es definible como la Realidad, algo que Paz juega a decir que no es, que no está. Y con él, toda la poesía que yo había leído, estudiado, ¿escrito? No sé, fue como una crisis, como ver que no podía seguir escribiendo así, jugando a ese veo veo con la realidad. Afortunadamente, tenía la rotundidad de Mongolia. Y también, aunque esté desprestigiado, la lectura reciente de Zubiri, y la de Gilson. Creo que en Mongolia cambié de caballo: dejé la poesía por la metafísica. El problema es que yo no tengo formación metafísica. Sólo (de)formación poética. Quién sabe, quizá Viaje al ojo de un caballo sea mi último libro. Y si se suele decir que es la poesía la que nos deja, pues nada: «Adiós, Poesía. Sólo espero, cariño, que al menos alguno de tus orgasmos no fuera fingido», ja, ja, ja.

¿Qué marca el paso del Ser a la Nada?
No hay tránsito posible. Son categorías completamente excluyentes. Quizá mutuamente explicables. Bueno, con una diferencia: la Nada sólo se explica por el Ser, es lo que no es el Ser, lo que amenaza constantemente con engullirlo, lo que se erige frente al Ser, como su opuesto. El Ser sin embargo es perfectamente posible sin la Nada. Claro, ayuda en la definición decir que el Ser es lo que no es la Nada. Pero también se puede definir en positivo: lo que es. La pregunta, no obstante, tiene mucho sentido porque hay un movimiento, un desplazamiento en apariencia ontológico de la Nada hacia el Ser, ese intento de destruirlo, esa voracidad que muchos han querido leer como deseo, todo muy heidegeriano; o como seducción, muy posmoderno. Gran parte de la poesía que más se valora se ha erigido en torno a eso, ha flirteado con la Nada. No precisamente Octavio Paz, cuya poesía no está a la altura de su obra ensayística, pero sí muchos otros poetas. En poesía, lo que marca el paso del Ser a la Nada es el poema, podría decir un erudito. Yo digo, sin embargo, que es el poeta: y ahí está Paul Celan dando el paso fatídico hacia las aguas heladas del Sena. Posiblemente Viaje al ojo de un caballo no sea más que eso: un intento, fallido, quizá, pero hay que seguir intentándolo, de fundamentar la escritura en el Ser. Sin más Nada.

GPAE / Madrid [07-08/-2007]
[Esta entrevista puede reproducirse libremente.]

martes, 23 de octubre de 2007

Nikita Michalkov y su visión de Mongolia

El camello blanco, El perro mongol son películas de indudable valor antropológico. Sin embargo, la película sobre Mongolia es, sin duda, Urga, de Michalkov. Tiene de interés el choque, aún visible, entre la ocupación soviética y la Mongolia que nunca se convirtió ni sometió. La cara que pone el nómada mongol al ver al ruso, de absoluta perplejidad, es más fiel a lo que en realidad es Mongolia, que el mundo asordinado que se suele ver en las películas o documentales sobre aquel país. Quizá sólo la nostalgia sea la mirada "autorizada" sobre esta tierra extrema. Quién sabe. A mí me gusta pensar que una mirada nueva es posible. Y por eso me fui para allá.
A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]