viernes, 18 de enero de 2008

El Once-eme y el Arco-iris







El hostal Akainij, arco-iris en lengua yagán, está situado en una de las últimas calles sin asfaltar al sur de Puerto Williams. Es una zona de casas bajas que recuerdan, por los listones de madera superpuestos en la fachada y tejados planos a dos aguas, la construcción rural norteamericana. Algunas tienen porches, y la cubierta exterior de tela asfáltica, pintada a veces de vistosos colores. El ripio de las calles, como aquí llaman a la gravilla, y cierto descuido en las aceras dan a este pueblo un aspecto parecido al de algunas zonas de Ulan Bator. Y tal y como era el caso para los ger allí, la aparente sencillez de afuera se vuelve digna y acogedora atmósfera una vez dentro. Ningún detalle le falta al hostal Akainij, con suelos de madera y moqueta, enormes estufas donde la leña del cohiué arde aromática, TV en cada habitación con baño y un comedor con amplias vistas a las montañas argentinas al otro lado del Beagle. Varios españoles han estado aquí antes. Dos parejas que siguieron mandando felicitaciones de Navidad, cuatro tarjetas cada año, hasta que en diciembre de 2004 sólo llegaron tres: una de las chicas había muerto en los atentados del 11-M. Y aquel holandés errante que estuvo un mes alojado aquí, coincidió con dos españolas, y ahora vive con una de ellas en España. Un flechazo, dice, pronunciando con suavidad las palatales, Gaby, la dueña, gerente, cocinera y mucho más del Akainij. Cosas del Arco-iris, colorido como estas casitas modestas y dignas que se arquean sobre la ladera y miran siempre al norte para no verle los Dientes a la isla. O para ver el mar. He aquí un grupo adelantado de chilenos con una misión: la de ocupar esta tierra extrema tan estratégica para que siempre ondee la bandera de tres colores y la estrella. Puerto Williams, un puerto con estrella por el que quizá el gobierno chileno podría hacer algo más.

4 de enero

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A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]