miércoles, 14 de noviembre de 2007

El leopardo de las nieves y los mongoles norteamericanos

En El leopardo de las nieves, ese libro magnífico de Peter Mathiessen, el autor se sorprende del parecido físico entre los tibetanos (como sabéis El leopardo de las nieves narra un viaje por el Himalaya en busca del felino) y los indios pueblo y navajo de los Estados Unidos. Cuando lo leí me quedé de un aire, porque en Viaje al ojo de un caballo, hay un momento en el que digo lo mismo, las mismas etnias indias, pueblo y navajo, se parecen mucho a los mongoles. La gente que haya leído ambos libros pensará que lo tomé de Mathiessen, pero la verdad es que leí El leopardo al volver de Mongolia, cuando Viaje al ojo ya estaba escrito.
Bueno, este preámbulo viene (además de para deciros que salgáis corriendo a leer El leopardo de las nieves si aún no lo habéis leído) porque me gustaría hablar hoy de los indios de Norteamérica. Hace unos meses leí un artículo sobre ellos. Hablaba de la diferencia entre unos pueblos y otros. Por lo visto, la cadena Hard Rock Cafe pertenece a una tribu, y otra tribu en concreto, los Pequot, es dueña de muchos casinos en la zona Este, lo que les convierte en adinerados y consumidores a ultranza del American way of life. Otros, sin embargo, y me temo que sean los más, languidecen entre la pobreza, el aislamiento y el alcohol. Una tribu en concreto, y a esto es a lo que realmente voy, ha decidido oponer una resistencia épica en estos tiempos de picaresca universal. Parece ser que los Lakota, a cuya rama pertenecían los sioux de Caballo Loco, llevaban años pletieando por las Black Hills, las Colinas Negras, ya sabéis, las montañas que el gobierno les dio en el siglo XIX pero que, tras la fiebre del oro, fueron invadidas por buscavidas de todo tipo. En 1980 los tribunales fallaron que se les compensara por la pérdida de sus territorios sagrados con quinientos millones de dólares. Bueno, pues los Lakota no han tocado ni reclamado ni un centavo de todo ese dinero. Prefieren seguir siendo pobres y dignos, con principios. Las Colinas Negras están llenas, parece ser, de turistas, y es difícil que vuelvan a los Lakota. Pero ellos, negándose a recibir ese dinero están dejando claro que si no son suyas, tampoco lo serán nunca legalmente del gobierno estadounidense. Es una actitud saludable en un tiempo de compraventa como el que nos ha tocado vivir.

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A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]