miércoles, 21 de noviembre de 2007

El anillo de Sifryd

Como un Sigfrido al frente de los Nibelungos, otro Sifry, David, pope de los blogs, que fue bloguero antes que fraile, cierra filas en torno a su peculiar anillo (El País de ayer). Para tener un blog con éxito, este californiano que posa junto al mostrador del desayuno, bien provisto de potasio y cereales, recomienda escribir con regularidad, escribir bien, y enlazar, enlazar, enlazar. Cuando yo daba clases de inglés les recomendaba a mis alumnos algo parecido para aprender vocabulario: usarlo con frecuencia, usarlo bien, y asociar, asociar, asociar. Así lo aprendí yo al menos. Y ya se sabe que los mejores profesores de un idioma no son necesariamente los nativos, sino los de la lengua madre del alumno: hemos pasado por un proceso similar. Y Sifry, que parece ser se ha curtido en la blogosfera antes de comprarse un planeta para él solo, recomienda eso: que de un blog se llame a otro y a otro y a otro. Así el usuario puede conocer más blogs. Cierto, pero así también la blogsfera se va constituyendo, forma tejido, crece, se multiplica. No se cuántos millones somos ya en el mundo. Pero seguimos lejos de los millones de millones que tienen coche, ordenador, televisión. Ese parece ser el objetivo (loable, ¡ojo!, que aquí estoy yo de blogger, dando el callo, casi a diario). Sólo pido que, en esta lenta construcción de un mundo, no nos olvidemos del otro, aquel en el que el tejido ya está formado y de hecho nos forma. Y que en este trenzado de enlaces, mejor que la figura del anillo, busquemos otra con connotaciones menos asfixiantes. Mejor la línea que el círculo. Frodo mejor que Smeagol.

P.E.: como soy nuevo en Bloglandia y tengo resabios de microescritor -ver entrada más abajo-, con el consiguiente y crónico solipsismo, no conozco muchos blogs. Seguro que ya los conocéis, pero podéis daros una vuelta por lo de Mateo de Paz (te enteras de lo último en el mundo literario), o por Divertinajes (predicen quién va a ganar los premios literarios), o Arranca Thelma (un foro de lectura con muchísimo encanto). Y hasta ahí llego.

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A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]