martes, 13 de noviembre de 2007

El fin y el medio

Leo en un artículo de El País de hoy declaraciones del piloto español liberado, junto a la tripulación, en el caso de la ONG El arca de Zoé en Chad. Dice, hablando de esa ONG, que "para ellos, el fin justificaba los medios".
Creo que esa es una actitud común en muchas de las organizaciones que se ocupan de intentar solucionar los tremendos problemas que tiene el planeta, tanto en el caso de los países subdesarrollados, como en el del medio ambiente (en muchos casos es lo mismo). Si todo vale para conseguir que esos niños lleguen al mundo desarrollado, hasta la ilegalidad (por no hablar de la arrogancia que supone pensar que en el mundo desarrollado van a estar mejor), nos encontramos con casos como estos, una ONG que casi alardea de su temerario comportamiento: en efecto, para ellos, el fin justificaba los medios. Hago referencia a este tipo de actitud al final de Viaje al ojo de un caballo: la caridad exportada al mundo por parte de un Occidente orondo y satisfecho.
Igual sucede con el medio ambiente: una ONG británica organiza la salvación de diversas especies por internet, estableciendo un ranking de popularidad, de manera que la más votada recibe más donaciones, etc, como un Gran Hermano animal: abandona la casa el hipopótamo enano del oeste de África, y en ese plan. Es de nuevo el proteccionismo de una conciencia culpable que se cree soberana sobre los designios de los ocupantes de la casa (la Tierra) a golpe de talonario. Esa no es la relación de tú a tú, con respeto pero sin falsos paternalismos, que debería presidir nuestras relaciones con el medio ambiente.
Y con África, sin ir más lejos. Los niños en Occidente no están libres de los malos tratos, el absentismo paterno, el bullying en los colegios, los problemas de nuestras sociedades desarrolladas, un futuro no menos incierto en muchos casos. Pensar que ofrecer eso a los niños del mundo subdesarrollado es un fin al que hay que someter cualquier tipo de medio es peligroso. Son más creíbles las ONG que buscan habilitar ese mundo (desarrollado o no, su mundo al fin y al cabo) para que les sea posible seguir viviendo dignamente en él. Como han vivido siempre. Aunque no tengan playstations.

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A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]