martes, 19 de febrero de 2008

Ulises, un héroe posmoderno

Se publica un estudio sobre las interpretaciones del mito de Ulises a lo largo de la historia: Las criptas de la crítica, de Núria Perpinyà. El propio libro, tal y como se presenta, parece una exégesis más, la última: la posmoderna. El énfasis en lo poliédrico de todas estas miradas sobre un personaje especialmente esquivo, el resumen final de que no hay una única verdad, ese todo vale posmoderno, lo confirma. Así que la próxima evaluación de Odisea tendrá que recoger esta penúltima interpretación y su voluntad de atender a todas las anteriores sin jerarquizar ninguna. Veo, sin embargo, que se contradice este espíritu de debilidad posmoderna, de historia tras la historia, al atribuir Odisea al mismo autor que Ilíada, un autor fuerte, por otra parte, con nombre propio y leyenda. Sin embargo, desde mi experiencia como simple lector de los poemas homéricos, bien lejos del especialista, no me parece que sean obra de la misma pluma, o de la misma voz (lúcidas las declaraciones de la autora al reivindicar el verso en toda lectura de Homero, del mismo modo que nadie leería las letras de los Beatles sin escuchar la música). En realidad, yo diría que son fruto de tiempos distintos: el épico y fundacional, Ilíada; una época de ocio y decadencia, Odisea. Sólo así se puede entender un personaje tan ocioso como Ulises, ausente en gran parte de la narración, de picos pardos por ahí (primer turista sexual, tal y como reza la noticia) mientras el relato empieza sin él, sigue sin él, lo evoca in absentia. Absentee hero, este Odiseo vuelve para vengarse y sólo entonces reedita el espíritu sangriento del cerco a Troya. Pero ya lo hace con saña, con gratuidad casi, desde un tiempo y una heroicidad ya trágicamente modernos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me quedo con la "exégesis literaria" de Margaret Atwood en Penélope y las doce criadas... ¿Lo conoces?
Lena

Carlos Jiménez Arribas dijo...

No, no lo conozco. ¿Puedes resumirlo en un post? Siempre pensé que Penélope tiene mucho campo para actuar dentro de la ambigüedad que concede lo privado. No como Ulises, que está siempre, incluso cuando no está, en público. Una cosa nunca queda clara: ¿por qué esperarle tanto tiempo? No es por amor. ¿Poder, es decir, política?

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]