domingo, 17 de febrero de 2008

¿Thomas? ¿Qué Thomas? Sobre Kjell Askildsen

Mateo de Paz sigue alimentando el mayor de mis vicios: la lectura. Me invita a su casa a comer y vuelvo con varios libros. Leo el primero y ya está montada. La lectura, digo; y la escritura que es toda pregunta por la lectura, ese más allá del texto. También caen en ese exceso casi todas las reseñas que la editorial Lengua de trapo ha colgado en su página web bajo el nombre de Kjell Askildsen, que así se llama el autor del libro. Todos subrayan su maestría técnica, su precisión, brevedad, economía. Buscan un referente y caen en nuevas exageraciones: el Carver europeo. Como en el caso de Murakami, parece que todo lo que no sea buey tenga que ser vaca. Lo que no es Cortázar será Carver, parecen decir una y otra vez los blurbs de todo el mundo. Pero hay muchos otros mundos narrativos. Entre otras cosas, hay toros, el opuesto entero de la vaca. Y echo de menos también, en esa mirada ulterior de críticos y escritores, la cuestión antropológica. Ahí es donde Askildsen es Askildsen, donde cada autor que se precie es él mismo. Y donde más tiene que decirle al lector, por encima de evaluaciones técnicas. El cuento tuvo su función antropológica, un aviso para navegantes, fueran niños que tenían que acostumbrarse a distinguir el grano de la paja en el ser humano, o mayores que olvidaban con demasiada frecuencia la línea sutil que separaba ambos. Luego todo se torció, y la narrativa breve se contagió de la novela, especializada genéticamente en hacer olvidar ese contorno. Quedan, sin embargo, perlas aquí y allá, autores y cuentos. Es fácil dejarse llevar por los fuegos de artificio, por el arte del escritor. Como en el caso de la poesía, muchos de quienes catalogan lo que se publica en cuento son a su vez cuentistas, fascinados por ese plus del texto. Pero a mí el relato cuando más me llega es cuando el valor técnico ocupa un segundo lugar con respecto al cociente antropológico. Por eso, en estos cuentos de Últimas notas de Thomas F. para la humanidad, el primer libro de Askildsen que he leído (no el último, eso también lo puedo asegurar), me quedo con el titulado “La señora M.”; o con la pieza final de la serie que da título al conjunto, “Thomas”, y con el cuento final, “Un repentino pensamiento liberador”. En esos encuentros entre el anciano y la mujer, entre el anciano y el niño, entre el anciano y el anciano, me parece que el cuento recupera ese valor de paso del testigo que ha tenido siempre. El viejo le da al niño su búho de madera, una estatuilla que es más vieja que él mismo y simboliza la sabiduría. Y el cuentista le da al lector el objeto abreviado y compacto que es el cuento, un conocimiento que va más allá de él y al que la técnica debe servir sólo como partera. El conocimiento íntimo de la especie.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Carlos:

Usted escribe mejor cuando se enfada.

"Túquehasviajadotanto" sabrá que el viajero compara lo que ve con lo que trae consigo su memoria. No hay otra forma de comparar porque lo demás puede ser especulación y desconcierto. Carver es la sequedad urbana que no(s) ha llegado, lamentablemente para García Márquez, con la goma de borrar de su editor incluso, a este país de mitómanos y nostálgicos de la OTAN; Askildsen, sin embargo, más viejo, más perro, ha tardado tanto en salir porque era el escritor de los escritores noruegos, un autor culto y de culto al que solamente le leían quienes dedicaban sus atardeceres a la escritura, literaria o no. De hecho, hasta que Askildsen no cumplió 60 años, no fue homenajeado de ninguna forma. Me contó Fadanelli que leyó en francés un artículo donde decía que fue Dag Solstad (otro noruego) quien se encargó del brindís de honor con un discurso sobre la importancia de Askildsen para la literatura noruega del XX. Ni Ibsen ni Hamsun (no así Munch) han influido tanto como Askildsen, desde Kjartan Fløgstad a Karin Fosum, pasando por Eric Fosnes Hansen o Linn Ullmann o Lars Saabye Christensen... He de reconocerlo, pero me agrada que opine usted como yo de la literatura noruega. En este "Mundo de Sofía" en que vivimos, necesitamos salir de los best seller y profundizar en aquellos autores que arrastran y traen consigo el peso antropológico de nuestra propia incertidumbre. Por cierto, ¿qué le pareció el momento en que Thomas ríe porque su hijo (un especulador urbanístico) lo acuse de no tener escrúpulos porque se ha deshecho de toda la ropa de muerta de su madre para tener él más espacio en la casa?

Saludos,

Hugo J. Platz

Posdata: estoy aficionándome a su blog.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Querido Hugo: me descubro ante su conocimiento de la literatura escandinava, esos grandes desconocidos para nosotros que, no es ya que no conozcamos bien a nuestros compatriotas lingüísticos del otro lado del océano (donde está el venero del idiom), es que no nos conocemos ni entre nosotros mismos.
La verdad, me daba un poco de rabia esa simplificación con Carver. Yo a Askildsen, en efecto, le veo con un recorrido que viene de más atrás y que llega más allá. Por eso es injusto que le metan en el lecho de Procusto de la simplificación. He de adimitir que (quizá por ese envoltorio) me costó entrar en su mundo. Y esa referencia a la ropa de su mujer me pilló aún en esa temperatura tibia, aunque no lo leí como cinismo, sino como pura razón de ser, sentido común, vaya. Dados los lastres que llevamos unos y otros con respecto a nuestros muertos y vivos, me pareció sorprendentemente atrevido.
Tengo intención de leer lo que hay en español de Askildsen aunque, de nuevo, no sé qué me encontraré en Los perros de Tesalónica, dados los comentarios que la editorial ha seleccionado.
En fin, que es un lujo su visita, amigo Hugo.

Saludos de

Carlos.

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]