lunes, 3 de diciembre de 2007

Matadero

El viernes estuve en una fiesta en el Matadero, los espacios reconvertidos junto al río Manzanares, aquí en Madrid, muy cerca de la plaza de Legazpi. Se ha transformado lo que era un matadero gigantesco en una serie de naves para la creación artística, literaria, musical. Es un diseño muy urbano, con aprovechamiento de las estructuras existentes, cemento y acero, sin hacerle ascos al aspecto crudo en el que han quedado muchas de las paredes. Recuerda a los lofts de los pintores neoyorquinos, y supongo que busca recrear ese espacio para inspiración (o simple refugio) de los artistas. Aunque no pudimos visitar todas las dependencias, una en concreto me impresionó: la sala de columnas que hay en la misma entrada, frente a la recepción. Parece ser que era allí donde colgaban los cuerpos de las reses, en enormes ganchos, cuando el matadero estaba en funcionamiento. Uno se imagina decenas y decenas de cuerpos cada día, desprovistos ya de piel y cabeza, colgando inertes, en una mancomunidad macabra de vida animal reducida a lo más esencial: la proteína. Se accede por unas cortinas de tiras de plástico rígido, muy parecidas a las que seguro cubrían la misma puerta cuando el matadero estaba en funcionamiento. Ahora hay una instalación dentro, un túnel de fibra blanca iluminado con luces fantasmagóricas, pero lo que realmente impresiona es la nave en sí, una especie de sala de columnas de la Mezquita de Córdoba cubierta de pintura negra, a mitad de camino entre el hollín y el graffito. No huele a nada dentro, pero es imposible no imaginarse el olor a víscera y a carne muerta impregnando todo. Me llevó esta imagen espectral a la reflexión que hago en Viaje al ojo de un caballo sobre la depredación, ese atajo en la cadena alimenticia por el que unas especies simplifican el proceso trófico al zamparse directamente a otras ya formadas. También allí hablo de una reflexión parecida que leí en el diario de César Simón, Perros ahorcados. Luego supe, por un libro de geología, que la depredación existe desde finales del Cámbrico, no antes, es decir, hace unos 570 millones de años. Me resisto a creer que ese salto evolutivo fuera inevitable. No sé, hay algo de perverso en todo ello. Y lo digo después de haber devorado varias raciones de carne este mismo fin de semana. El espacio del matadero lo ocupan ahora los artistas. Pero en algún otro lugar del extrarradio de esta ciudad, miles y miles de animales son sacrificados y sus cuerpos cuelgan de una sala de columnas parecida. Qué distinto todo de ese pastor mongol que se vuelca con cariño sobre su res y le practica una herida mínima para extraerle el corazón, a plena luz sobre la estepa, lejos del blanco profiláctico y del olor a muerte en nuestros mataderos industriales.

13 comentarios:

Paralelo 49 dijo...

Me gusta esta entrada. Aquí donde vivo, el antiguo matadero, que está cerca de mi casa, es ahora el club de jazz. Es un edificio pequeño, y de bonita arquitectura. Cuesta realmente imaginar que fuese un matadero. Esos lugares de hoy que son tan turbadores.

Cuando alguna vez he visto un reportaje en televisión sobre la calidad de la carne, y han mostrado las dependencias gigantes y con eco de los mataderos me han parecido lugares estruendosos. Blancos estériles. Los ruidos de los ganchos que sostienen las toneladas de carne me impresionan. Me he preguntado entonces por la gente que trabaja en esas estancias; qué carácter tienen, ¿ No huele a nada dices? Tal vez entonces no tengan que soportar el olor a carne cruda, y sobre todo a sebo; cómo pasarán sus días en ese lugar frío y muerto, con reses abiertas en canal en su costado; con conductos de agua en el suelo por donde se vierte el agua junto con restos de líquidos de sangre o de otros productos… Me asfixia pensar en todo eso.


He pulsado sobre el slide.com y Las fotos que muestras de ese Viaje a Mongolia son fascinantes.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Si alguna vez lees Viaje al ojo de un caballo verás que hay toda una reflexión sobre esto al hilo de esa necesidad de matar para comer. La reflexión retoma otra de César Simón, en su libro Perros ahorcados, que te recomiendo. Ya sabes que la mejor forma de sacrificar las reses dicen que es en el campo, evitándoles el viaje y el estrés, no sólo por pura misericordia, sino porque la carne se resiente y se endurece. Los argentinos saben mucho de eso, intentan evitar ese pánico de la vaca cuando va por el túnel de acceso al matadero. Yo sería vegetariano. Y una de las razones por las que hay tantos vegetarianos en Reino Unido, creo, es ese olor nauseabundo de las carnicerías: por clima y tradición allí les gusta la carne un punto más pútrida (ya sabes que para evitar el rigor mortis tiene que pasar un tiempo hasta la consumición). En fin, como para no volver a probar ni el jamón. tres flashes así muy rápidos: esa película de Fassbinder sobre un travestido en la que una escena tiene lugar con un matadero alemán de fondo; los versos de Ramón Andrés cuando habla del "herbívoro, que bebe sin dejar / filamentos de sangre en los arroyos"; y la forma casi amable, casi enamorada, con la que el mongol sacrifica la oveja en El perro mongol. Ojalá todos los mataderos algún día fueran centros de arte.
Buen domingo!

Paralelo 49 dijo...

Yo no como carne. No por esas razones, que serían buenas, sino porque no me gusta. Fue en mi infancia que dejé de comerla y digo dejé porque me acuerdo de alguna escena donde yo tendría 4 años aproximandamente y sí me recuerdo comiendo carne. Luego hubo una ruptura no sé donde pero dejé de hacerlo.

Mi padre hace muchos años crió ganado y luego él mismo lo cargaba en un camión y lo llevaba a sacrificar, bueno lo vendía. Me ha contado muchas veces esos viajes y lo difícil que es transportar ganado y el cariño y el cuidado con el que conducía, para que no se cayera ninguna res, el mismo amor con el que el mongol sacrifica a sus ovejas. Conducir una carga de ganado es mucho más complicado de lo que parece, primero porque es un ser vivo, segundo porque sí que se estresan como dices y el peso propio desnivela el vehículo. Un frenazo mal dado, puede causar una caída de alguna y en ese caso las demás la pisaran y estarán todos perdidos. Yo supongo que esto habrá cambiado mucho pero en aquel entonces, en aquel lugar, y en aquellas circunstancias tampoco se podía uno permitir vehiculos de lujo. Pero nunca habla nadie de esto, por eso me llamó tanto la atención que lo hicieras.

Algún día claro que leeré Viaje al ojo de un caballo. Lo compraré en mi próximo viaje, o se lo encargo a alguien.

Ya veré qué encuentro de los tres flashes.

Saludos y buena noche.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

El verano pasado fui a Italia en barco con mi coche. Embarcábamos en Barcelona una noche de primeros de julio. Mientras esperábamos,a bordo cada uno de su vehículo, fijé la vista en la bodega del barco, un ferry enorme con aberturas en la parte inferior, a modo de gigantescos ventanales, y no pude creer lo que estaba viendo: en uno de los camiones ya cargado algo se movía. Fijé más aún la vista y vi que el trailer llevaba jaulas con terneras vivas. Me quedé de piedra y todo el viaje (20 horas hasta Civitaveccia) imaginé qué pensarían esos animales que habían cruzado posiblemente media España en las condiciones que tú dices y, además, se disponían a cruzar nada menos que el mar Mediterráneo. Escribí una especie de cuento porque cuando algo no me cabe en la cabeza suelo recurrir a diluirlo mediante la escritura. Cualquier cosa que uno pueda escribir se quedará siempre muy corto, sin embargo, de lo que debe de ser una experiencia parecida para esos animales.
Recuerdo tb. en el pueblo de mis padres, tras la matanza del cerdo, cómo llegaban las vacas que venían de pastar y se paraban sobre los enormes charcos de sangre. No te puedes imaginar cómo bramaban. Uno aprendía a catalogar los distintos grados y formas de los bramidos, cuando llaman a la cría, etc. pero aquello era un registro completamente distinto. La vaca sabía que había habido una muerte de otro animal allí. Siempre me pareció una forma extraña de solidaridad.
Acabo de ver la película Tierra (te he dejado un post en El valle de Elah) y no sé si esta noche, entre las vacas, los rugidos de los leones, los osos y las morsas, no tendré pesadillas.
Felices sueños vegetales!!

Anónimo dijo...

Me parte el alma... sinceramente. Creo que jamás viajaré a Civitaveccia en mi coche y en un barco, por no encontrarme con ese camión.
Me da cierto reparo decirlo pero me duele el dolor animal. Realmente. Y mucho.
Intento imaginar como es el bramido del que hablas, al borde de la sangre. Yo no he asistido nunca a una matanza, ni lo haré. Soy muy cobarde o aprensiva o llámalo como quieras.
Recuerdo haber escuchado un bramido que de pequeña se me clavaba. Cuando los animales tenían a sus crias y nacían muertos bramaban desesperadamente. Con un sonido muy punzante, muy doliente, muy hondo, muy grave.Era un alarido, un desgarro. La madre lamía igualmente a su ternero o a su chivo y los movían con el hocico en un intento vano de devolverlos a la vida. Era una visión desoladora.

En fin, que sí, que vamos a tener muchas pesadillas e insomnio delirante.

Ya me dirás si te gustó "Tierra". Yo no la he visto.


Que tengas buen día.

(Gracias, lo vi. Siente que eres bienvenido)

Paralelo 49

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Tierra está bien, hay algo de humanización de los animales (la música, las secuencias, madre con oseznos buscando la ternura del espectador, etc.) pero tiene buenas cosas como ver a las grullas de Mongolia remontando el Himalaya, ver nadar a un oso blanco o la defensa de las morsas contra ese mismo oso.
Me parecía curiso que te diera reparo lo del dolor animal. Luego creo que he comprendido, y eso hace tu dolor más humano.
Una de mis hermanas desarrolló toda una mitología de pequeña sobre el cabritillo. Le impresionaba ese animalito encerrado en un chivero que sólo veía la luz una vez al día, cuando salía a mamar. Escríbía poemas, pintaba cabritillos, en fin, de eso que se te clava en la médula. Lo que dices de las madres, fíjate que una perra de mi abuelo cada vez se iba a parir más lejos y a sitios de más difícil acceso, todo para que no le quitaran los cachorros. El caso es que eso no hacía a mi abuelo más deshumanizado, al contrario, creo que estas experiencias de las que hablamos, puesto que sabemos que eso era "necesario" y no se hacía ni por crueldad ni por lucro, lo convierte todo en mucho más doloroso.
No tengo animales ni creo que los tendría, pero amo a los animales así en la distancia. Bueno, los respeto, que es de lo que se trata.
No tuve pesadillas de animales, pero sí de personas.
Me gustan tus fotos.
Buen día tb. para ti.

Paralelo 49 dijo...

Qué curioso me parece cómo cada uno intenta depurar las impresiones que nos zarandean por dentro. Y qué forma más bella escribiendo y dibujando. Me hubiera gustado mucho ver las pinturas y leer los poemas.

Pensé que el perro de las fotos era tuyo.

Voy a buscar unas islas y un lago en el Atlas. Y no dejes a los hombres hoy, que tus sueños esta noche sólo estén habitados por una manada de caballos salvajes

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Fíjate cómo son las cosas: ella al final dejó de pintar y de escribir y el poeta soy yo. Pero nunca logré ni lograré dar con las imágenes que tenía ella.

Otro día te cuento una historia triste sobre un perro y yo.

Busca tb. ese espacio que hay un poco al norte de Terranova, y donde el mapa de Gales parece la cabeza de un jabalí, y entre Kiev y Minsk, da la vuelta al mundo en paralelo y sobre todo no dejes de hacer fotos.

Duermo con una foto de takhis cerca. Ellos pastan en mi sueño. Yo siento crujir la nieve en tus fotos.

Anónimo dijo...

Gracias. Me alegro que te gusten. Fue un invierno duro. Por dentro y por fuera. Ese invierno me aprendí un bosque. El silencio de la nieve en aquel bosque solitario daba un sensación sobrecogedora.

Cuando el tiempo y las ganas lo permitan me cuentas la historia triste o me sigues dictando coordenadas. Tengo el Atlas a mano abierto por Mongolia.


Victoria

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Soy hijo, nieto y sobrino de Víctores. Tu nombre confirma lo que son tus fotos y tus poemas: todo un triunfo.
"Ese invierno me aprendí un bosque": me deja sin palabras.
Las que quedan para decirte que por Ulan Bator pasa un río que a su vez va a otro río y acaba vertiendo en el lago Baikal: las líneas de la naturaleza y las de los mapas acaban econtrándose.

Anónimo dijo...

¿De veras tienes tanta familia con mi nombre? Qué sorpresa!!

Las fotos es encontrar la luz, y lo que escribo son meros juegos de arrojo; de abandono. Nada comparable a nada. Una se impresiona cuando ve las prácticas circenses. Los trapecistas balancearse de esa manera sobre el borde o los vértices de una sensación; una palabra; una herida. Y un verso que se les anuda a las manos. Luego a solas una emula ese salto y busca el si no el vértice, el vértigo; trata de hacer los juegos malabares; cimbrea las varillas metálicas sobre las que han de girar los platos chinos sin caerse. Pero se caen y se rompe, y una cae al vacío tantas veces. Pero creéme, eso no importa. No es tanto el resultado como el tiempo que una invierte y así el tiempo se gana. No hay pretensión alguna.

Sabes, me acaban de decir que en la Fnac de Valencia no está Camino al ojo de un caballo, ni Manual de Supervivencia , ni Darwin en las Galápagos ...

Pero la búsqueda continúa.

El río situado en un valle al pie del monte Bogdo Uul.



Victoria

Anónimo dijo...

¿De veras tienes tanta familia con mi nombre? Qué sorpresa!!

Las fotos son encontrar la luz, y lo que escribo son meros juegos de arrojo; de abandono. Nada comparable a nada. Una se impresiona cuando ve las prácticas circenses. Los trapecistas balancearse de esa manera sobre el borde o los vértices de una sensación; una palabra; una herida. Y un verso que se les anuda a las manos. Luego a solas una emula ese salto y busca el si no el vértice, el vértigo; trata de hacer los juegos malabares; cimbrea las varillas metálicas sobre las que han de girar los platos chinos sin caerse. Pero se caen y se rompe, y una cae al vacío tantas veces. Pero creéme, eso no importa. No es tanto el resultado como el tiempo que una invierte y así el tiempo se gana. No hay pretensión alguna.

Sabes, me acaban de decir que en la Fnac de Valencia no está Viaje al ojo de un caballo, ni Manual de Supervivencia , ni Darwin en las Galápagos...

Pero la búsqueda continúa.


Disculpeme las erratas anteriores y borre el otro mensaje.
Muchas gracias y buenas noches.

Victoria

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Sí, mucho Víctor, o Vítor, como se dice por esas tierras. Mi padre y mi tío (su cuñado) hasta nacieron el mismo día del mismo año.

A mí lo que más me gusta de lo que tú ves y lo que tú escribes son los espacios que creas en los márgenes: los crea la centralidad del vértigo y el vértice. Al arte no es cosa de pretensión (¿qué pretensión tiene Claudio Rodríguez? le nace y es así: otro poeta andarín) sino de necesidad. Que salga de dentro, del mismo eje del ser, sólo así es reconocible fuera como auténtico. A mí de todas las piruetas lo que me queda es el impulso, no sé, la vibración de las varillas. Pero el arte sobre todo es forma, y no hay platos rotos en el suelo de tu blog. Y el arte, pero esto es muy personal, es tb. emulación y sobre todo vértigo. Mucho vértigo. Yo por eso he dejado de escribir poesía: Mongolia me dio un suelo bajo los pies. Cuando me asomo a tu blog, sin embargo, siento ese vértigo.

Me encanta el nuevo título del libro sobre Mongolia: Camino al ojo de un caballo. Porque se hace camino al andar. Te va a costar dar con Manual (es un libro lejano), pero los otros dímelo si no los encuentras: Darwin irá encantado a caballo a tu paralelo.

El río Tuul: el mongol es una lengua irreductible a formas occidentales.

Nuevas luces de colores para ti, que sabes de lo irreductible de la luz y vences, día a día Victoria, sobre las sombras.

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]