miércoles, 5 de diciembre de 2007

La sociedad postliteraria, Darwin, la materia oscura

Creo que fue preparando la traducción de Emerson. En algún estudio leí que estábamos en la sociedad postliteraria y que el sabio de Concord se resentía de ello: nadie lo lee ya en los Estados Unidos fuera del ámbito universitario. Quizá así se explique la vía muerta en la que entró aquella traducción. Desde entonces, siempre que he tenido ocasión de decirlo, por escrito o a voz en grito, lo he dicho: vivimos en una sociedad postliteraria y, claro, el género que más se resiente es el más literario, es decir, la poesía. Todo esto al día siguiente de haber corregido pruebas de mi segundo libro de poemas, Darwin en las Galápagos, que verá la luz el año que viene. Es un poco la otra cara de Viaje al ojo de un caballo, con bastantes animales, aunque no hay ningún équido (quitando al autor, claro, cuyo año chino es el del caballo). El libro lleva tiempo en lista de espera como es normal en estos casos. Durante estos años ha cambiado de título, ha adelgazado (aunque yo haya engordado), viene más ligero de equipaje, más maduro y sereno, más compacto. Y hoy, cuando bajo a comprar la prensa veo Viaje al ojo de un caballo en el escaparate de la papelería. Jesús, mi quiosquero, que trabajó en una imprenta hasta que las regulaciones le hicieron cambiar de papel, y nunca mejor dicho, tiene una papelería de barrio. Allí compro cada día el periódico. Y allí, junto al último best-seller y las cajas de lápices Alpino, veo las all-star de mi librito. Si hay algo más absurdo que los nacionalismos, sin duda son los nacionalismos de barrio. Yo no lo practico, pero me da alegría ver Viaje al ojo ahí (tras la insistencia de Jesús, que quiere darme a conocer a su parroquia). Entonces abro el periódico y veo la entrevista de Enric González, ese lujo de corresponsal, a José Funes, astrónomo en el Vaticano. En la eterna expansión del Universo, le pregunta Enric, ¿no llegará al final su desintegración? "No", responde el jesuita. "Se mantendrá por debajo de la gravedad crítica gracias a la energía oscura, una energía que aún no comprendemos". A vueltas con el Ser y la Nada, me digo, la Realidad y la Nada, el Universo y la energía tenebrosa de la Nada. Y en la postliteraturización de la sociedad, me sigo diciendo, ¿no acabará desintegrándose la literatura? Pienso en mis dos pequeños libros, pienso en Emerson, en Jesús, y entro con una media sonrisa en la estación del metro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito artículo. Tiene un regusto Lobo-Antuniano precioso. Gracias por este bálsamo anti-Sabina.

Anónimo dijo...

Ver tu libro en la papelería del barrio significa varias cosas, que el quiosquero lee tu blog y que no puedes dejar de presumir de hijo. De todas formas, te doy un consejo, aunque no sea Patronio: ver tu libro en una librería de viejo, con anotaciones en las orillas como quien deja escrito su nombre, su huella en la orilla de un río, ahí está la sorpresa, y a veces la garantía de que tu libro se ha leído en profundidad y entregada luego esa interpretación al público que gusta (que gustamos) saber cómo leyeron otros. Felicidades por la reseña del ABCD del sábado.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Buzo, amigo: gracias por tus palabras.
Ikus jon: mi quiosquero no sabe nada del blog. De lo segundo, claro que estoy orgulloso. Y de las librerías de viejo, pues fíjate que conozco el caso de un conocido editor al que le regalan dedicado un libro y, casualidades, el libro aparece luego con esa dedicatoria en el montón de libros seleccionados para hacer una antología. Comunicado el autor, se mea de la risa. Voy contigo en que los libros tienen que circular (y envejecer con esas arrugas de las glosas). Tb. circulan las reseñas, claro: mil gracias por tu felicitación!

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]