domingo, 9 de marzo de 2008

Joseph Roth

Otra vez fue Mateo el que levantó la liebre: Estoy leyendo a Roth, me dice el otro día, no a Philip, sino al centroeuropeo: Joseph Roth. Me quedo con la copla y unos días más tarde, en el Arranca Thelma el día de la lectura (al fin y al cabo es una librería) veo Hotel Savoy, editado por el Acantilado, y me lo compro. En casa de mi madre había un cenicero del Hotel Savoy, un clásico del Madrid de los sesenta en el que trabajó algún tío mío. No fumaba nadie, y sólo lo sacaban a pasear para las visitas. Era metálico, verde, con el dibujo y el plano del hotel, muy sesentero, todo un mito dentro de mis días de infancia. Abro el libro y me encuentro con otro territorio mítico, un espacio en el que los mitos, y los héroes, están en desbandada y los hombres miran con ojos de pánico el mundo que se avecina. Me encanta la rapidez del estilo, muy expresionista, y leo luego en la Wikipedia que así se define más o menos esta novela inicial, expresionismo alemán. Creo que Joseph Roth, como von Hoffmansthal, Mallarmé, el mismo Yeats, y hasta Joyce, son los últimos escritores románticos, gente que echa sus raíces en el mundo antiguo, un mundo que desaparece ante sus ojos y les provoca esa mirada de ojos abiertos, nostálgica, de pérdida sentida auténtica y trágicamente. Ya al final de libro, Gabriel Dan recupera su flirteo con la chica, desaparecida en las páginas de iniciación del centro del libro, y sopesa la posibilidad de manifestarle su amor. Pero no lo hace y en esa contención, ¡cuántas chicas no habremos dejado escaparse, irse con el Alexander de turno! Lo que dice Gabriel a raíz de esta pérdida vale también para la pérdida del mundo de Roth y tantos escritores de entresiglos: "Quizá sea ésta la época en la que las muchachas amen a Alexander Böhlaug". La época del gran exilio de los héroes. La novela termina con la invasión inminente de uno de los grandes totalitarismos, el que sopla desde Rusia con viento siberiano, y la Historia se ha encargado de darle ese crujido trágico y nostálgico al mundo que deja atrás Gabriel Roth. Por supuesto, me he hecho con La marcha Radetzky y he ecargado El Anticristo y El triunfo de la belleza. Ése fue su único triunfo. ¿Cuál ha sido el nuestro?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Carlos:

Me conecto a su blog asiduamente y resulta que es como si usted y yo leyésemos al mismo tiempo las mismas cosas, las mismas verdades. Una revista italiana me ha pedido que aclare el origen del apellido Radetzky, pero me he negado a ello porque últimamente, quizá por el periodo electoral (ya sabe a qué me refiero: las siglas de los partidos no se corresponden con su programa) no estoy para demasiadas etimologías. Mi origen polaco-alemán puede pasarme factura por esto que digo, pues el mío es un apellido que significa "lugar", "espacio", a veces "plaza". Joseph Roth ensayó la forma de encontrarle al judío errante su lugar, su espacio, su plaza en el mundo, pero no lo encontró. Su tesis se resume en aquellas palabras que él mismo escribió y que Joseph Brodsky pudo pensar como suyas, unas palabras que tuve que aprenderme de memoria para responder a los que, con inefable y a veces triste bondad, comentan nuestro conflicto armado, nuestra tragedia: "Pero Dios no se había olvidado de él. Y lo envió a la emigración: pena apropiada para los judíos... y para los demás. Para que no olviden que nada en este mundo es permanente, y la patria tampoco; y que nuestra vida es efímera, más efímera aún que la de los elefantes, los cocodrilos y los cuervos. Hasta los papagayos son más longevos que nosotros". No sé, pero ¿no le recuerda un poco a los avatares de Nissen Piczenik en "El Leviatán"? Frente a los corales auténticos, los falsos corales que quedan después de la desaparición de, precisamente, lo auténtico. Es justo que yo lo diga, pues mis abuelos eran judíos, pero se ha perdido algo de autenticidad en el victimismo que nos ha acompañado a lo largo de estos últimos dos mil años, ¿no le parece? Por algo Amos Oz criticó hace unas semanas la invasión de Gaza, al menos dijo que no era "interesante". De cuantos libros de Roth he leído, tenga cuidado con "El Anticristo", tal vez su mejor libro, y, como dice su portada, un alegato contra la barbarie nazi de entonces. La historia es pendular y ahora el alegato contra la barbarie la escribe el pueblo palestino, ¡qué paradoja!, ¿no?

Saludos sinceros desde estas últimas notas para la humanidad,

Hugo J. Platz

Carlos Jiménez Arribas dijo...

No sé si estaré a la altura, querido Hugo, de responder como se merece a su comentario, y menos aquí y ahora, en un lunes en la oficina. Sin embargo, creo que un blog es eso y que no pasa nada por que se vea lo improvisado y efímero de nuestra obra y existencia, judíos y gentiles.
De Roth no puedo decir gran cosa pq sólo he leído Hotel Savoy, pero por esta obra y las páginas que llevo de La marcha Radetzky creo que me va a gustar mucho. El Anticristo de Nietzsche me pareció fundamental y seguro que éste lo es tb. No quisiera ofender a nadie y se trata de un comentario superficial, pero en relación con el tema judío que menciona, yo me quedo con las palabras del emperador Adriano en boca de Yourcenar, cuando se ve en la necesidad de atajar la rebelión judía en Palestina. Creo, en efecto, que ese victimismo ha hecho más daño que otra cosa. La visión del mundo como exilio en el fondo contribuye a tener a la feligresía pendiente de un porvenir mesiánico. Me viene a la memoria tb. el ángel hacia atrás de Walter Benjamin, claro, ese gesto de horror al ver sólo lo que se pierde. Yo sí creo que hay algo permanente: la realidad, a la cual precisamente contribuimos a dar ese carácter con cada una de nuestras efímeras vidas. Y el que haya personas como usted o como Amos Oz, y muchos otros, capaces de ofrecer una visión crítica desde dentro, por así decir, significa que la defensa de lo real es algo constante en toda serie de culturas y latitudes. Un par de notas más superficiales aún: de su apellido, siempre me maravilló la palabra Platzangst, que designa la agorafobia en alemán. Y lo de que el coral falso sea más legítimo del verdadero me lleva otra vez a Benjamin y sus notas sobre el aura del objeto en la era de la reproducción. Roth, sin embargo, sí sabía cuál era cuál, su obra es un intento de no olvidarlo. Y nosotros tenemos que pasar ese testigo. Se lo debemos a él y nos lo debemos a nosotros.
Nuevos saludos desde esta nueva y feliz coincidencia.

Anónimo dijo...

No sé qué decirle, casi tenemos la misma edad (nací en 1967), así que si me permites te trataré de tú. Hace tiempo leí “Una historia: dos relatos” de los húngaros Imre Kertész y Péter Esterházy. Lo que al principio fue solamente “Expediente” del primero, la escritura de “Vida y literatura” de Esterházy hizo que los dos relatos fuesen eso: una misma historia. Soy de los que piensan que la literatura sobre Auschwitz o Palestina, el Domingo sangriento irlandés, o el Laberinto vasco son al fin y al cabo un resultado de muerte siempre el mismo en todos ellos. El drama judío de mis antepasados es al drama palestino del presente. Uno o dos misiles Qassam son peligrosos, no hay duda, pero la eficiencia israelí, a los que, por cierto, les llegan las últimas y más novedosas armas yanquis quince minutos después que a ellos, es más destructiva. No hay duda. El guetto judío se desmorona porque el estado judío nace precisamente del desmoronamiento del guetto. Los nazis, entendámoslo así, le dieron a Judea un Estado, el precio que había que pagar por la barbarie, y ahora que son “ellos” quienes se han convertido en verdugos todo se debería de volver en su contra: la historia, tanto en su expediente como en su literatura: ¿no es la vida así? Joseph Roth tiene otro libro magnífico que habla del cambio generacional, de cómo Centroeuropa se desmoronó en sus pilares básicos, algo que aun estamos pagando (¿Kosovo?). Tanto Zipper como su padre forman ese tandem extraño, donde luchan los inamovibles principios y la nueva ley. Tal ve Roth viese en el alcohol una forma de escapismo trágico que no le dejaba la literatura, la agorafobia tal vez por lo que está en la calle

Un saludo,

Hugo J. Platz

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Claro, Hugo, encantado de tutearte. La literatura centroeuropea es una gran desconocida para mí, pero estoy convencido de que leerla y entenderla es clave para entender lo que ha pasado y pasa en el mundo. Por no hablar de que literariamente me parece de una calidad excepcional. Estoy contigo en lo de los guetos, lo que pasa es que decir ciertas cosas es políticamente incorrecto. Pero, ¿no te parece que un poco todo se ha vuelto ya en su contra? El mero hecho de que lo estemos mencionando en estos términos... Se puede vencer, pero convencer es otra cosa. Y agitar el fantasma de la victimización... Al final siempre se acaba imponiendo lo real. Fíjate que a mí lo del alcohol me parece ese punto autodestructivo del que ve demasiado. Dicen que el ver cura, pero si la visión abarca más espacio del que la mente puede filtrar con naturalidad, si uno ve cómo todo un continente en un momento concreto de su historia, es decir, si uno ve cómo una civilización camina inexorable hacia un precipicio, eso es tan dramático que seguro que el dispositivo de autoaniquilamiento salto él solito. Menos mal que antes le dio tiempo a dejarnos unos cuantos libros que (afortunadamente para mí por lo que veo) yo aún tengo por leer y disfrutar.
Más saludos.

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]