miércoles, 12 de marzo de 2008

De poetas andarines y otras huellas

En algún lugar de Viaje al ojo de un caballo hablo de la ecología como de la nueva diplomacia. Esa posición central de la naturaleza en la vida política es la que lleva años defendiendo Satish Kumar, según leo en un artículo de John Vidal, director de temas medioambientales del Guardian Weekly y a quien he recurrido ya en otra ocasión al menos en este blog. Por supuesto que su énfasis en el respeto y amor a la naturaleza son contrarios a la realpolitik que gobierna todos nuestros asuntos públicos. Pero su magisterio no es exactamente anti-realista. La naturaleza es realista, dice. Yo iría más lejos: la naturaleza es la realidad, una de sus manifestaciones, la más raigal y contundente. Y la piel con la que el hombre (único ser no realista de la creación, según Kumar) la recubre, sólo es válida en la medida en que no sea una piel impuesta. En el debate escolástico quizá Satish Kumar estaría más cerca de los realistas que de los nominalistas. Y esto se compadece también con sus enseñanzas: predicar un enfoque más espiritual en nuestras ocupaciones y preocupaciones medioambientales. En Occidente todo tiene ese aura empresarial, desde los lobbies y los partidos políticos a las ONGs, esa sumisión a las dictaduras de la acción directa y lo que dicen las encuestas y las estadísticas. No deja de ser cierto que también la mirada medioambientalista a la naturaleza está impregnada de ese utilitarismo que denuncia Kumar (buena prueba de ello es el caso al que me refería en la entrada de hace unos días sobre caridad y medio ambiente). En realidad, si uno quiere proteger la naturaleza, lo mejor que puede hacer es ir a la naturaleza. Eso defiende Satish Kumar. Y para acompañar sus palabras con un gesto, va y recorre Gran Bretaña andando, una vuelta a las Islas de 3000 kilómetros. Según Kumar, Nietzsche desconfiaba de toda idea que no le viniera caminando. Muchos poetas han sabido pulsar esta tecla sutil de la inspiración, desde Wordsworth a nuestro Claudio Rodríguez. Y en efecto, no hace falta irse al otro lado del mundo para estar en contacto con la naturaleza. Casi todos tenemos no muy lejos de nosotros ese pedazo de tierra sobre el que poner la planta y sentir la conexión. Kumar posa en la foto en un páramo del sur de Inglaterra. Ha clavado su paraguas en el centro de un círculo de piedras megalíticas y se apoya en una de ellas. Busca conectarse con el eje de la tierra. Podría ser Mongolia, la Sierra de la Paramera, la Pampa, la Patagonia. Es todo eso y mucho más: es la Naturaleza.

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A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]