lunes, 24 de marzo de 2008

La llama del mundo

Llevo días oyendo la polémica que ha desatado el gobierno chino con su pretensión de llevar la llama olímpica hasta la cima del Everest. Se critica esta cuestión dentro de un contexto político, los disturbios en Tíbet, pero me gustaría en esta entrada ir un poco más allá, aunque hay quien dice que todo es político y hace poco hablaba de la necesidad de llevar el medioambiente a la política. Me gustaría en realidad llamar la atención sobre lo gratuito de ese gesto, lo olímpico, casi, en una acepción restringida del término: como innecesario, pura demostración de músculo. Incluso si no se produjera la triste situación que lleva décadas viviendo el país de las cumbres eternas, pretender llevar la llama que simboliza el olimpismo a la cima del mundo me parece excesivo, abusivo, casi. Hace poco escribía también sobre la muerte de Sir Edmund Hillary, quien llevó la llama de su pelo rubio a esa cima por primera vez. Seguro que Hillary desaprobaría esta nueva ambición China. Y con razón. Las cumbres tienen que ser cada vez más santuarios. Lo escribía en un artículo inédito al oír que unos expedicionarios querían "hollar" (se dice así en jerga alpinista también) un cráter aún virgen. La gesta hubiera sido, escribía yo entonces, no subir a la ladera de ese volcán extinto. A veces la heroicidad tiene mucho que ver con la renuncia, con no hacer algo precisamente porque se puede hacer. Dejar aquel paraje intonso, intacto, sabiendo que es así, me parecía una forma de respeto ejemplar, todo un regalo para las futuras generaciones, el de un sitio que nadie ha pisado y nadie pisará por puro amor al mundo, al que se le permite tener también su pudor, sus velos, sus secretos, sus intimidades. Igual que no querer saber absolutamente todo sobre un amante. Pero claro, el gobierno chino no es precisamente un amante ejemplar. En Viaje al ojo de un caballo aparece un perfil muy poco benigno del Gran Tigre Asiático visto desde los rasgados ojos de los mongoles. No es la primera vez que en este blog escribo algo que es casi una denuncia de la gran devastación amarilla. No será la última me temo. Por qué no hacer que la llame pase sólo cerca del Everest, dando un maravilloso rodeo por su base, dándole al Everest ese espacio, ese respeto. Olímpicamente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya que Hugo J. Platz ha hecho de mí presencia ausente en este blog, debo comentar algo que es de interés general y que tiene bastante que ver con tu post y el acontecimiento que están viviendo los tibetanos, una especie pre-genocidio admitido por las voces críticas del mundo, como RSF (Reporteros Sin Fronteras), pero callado por los países donde el capital puede verse dañado de verse precisamente dañada la reputación china. Las olimpiadas próximas, las cuales tienen mucho que ver con aquellas que ensombraron al mundo, las olimpiadas de 1936 en la Berlín nazi, donde, por otra parte, pronto surgieron tensiones entre Hitler y el Comité Olímpico pues se exigió la destitución de uno de sus miembros por su ascendencia judía: Theodor Lewald. Mi pregunta es la siguiente: ¿qué hubiera pasado si, en lugar de los representantes al dedillo de siempre hubiera estado el Dalai Lama, figura clave en este asunto, como representante del COI? Como sabemos Jessi Owens fue abatido por los ojos de los nazis, aunque no pudieron arrebatarle las medallas. No ocurrió lo mismo con Víctor Pérez, un judío francés campeón mundial de boxeo en la categoría de peso mosca asesinado en Auschwitz, o con Lilli Henoch, que ostentaba el récord mundial de lanzamiento de peso y de disco, deportada en 1942 y asesinada cerca de Riga, Letonia, o con Attila Petschauer, campeón de esgrima húngaro, que había ganado una medalla de plata en las olimpiadas de 1928, que murió por congelación en un campo en 1943. Y tantos otros judíos que murieron por los nazis. El mundo calla la tiranía de China mientras ya han muerto asesinadas cerca de doscientas personas tibetanas. La “antorcha del horror”, así habría que llamarla, incendia al mundo y esa llama sostiene el genocidio. Mientras tanto nosotros miramos hacia otro lado. ¿Es esto deporte? ¡NO! Es deportación.

Un saludo amigo de Mario Fadanelli.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Feliz al fin de saludarle, amigo Fadanelli. Y muy alegre de que este pequeño espacio sirva para rendir tributo en la nominación a todos esos atletas que reivindicas al nombrarlos. Dicen que la ascensión al Everest está llena de cadáveres (un 30 % de los que lo intentan, parece ser, peaje de coloso), gente que ha muerto en la escalada y no puede ser recuperada y saluda al montañero con su ropa de colores entre la nieve, gente anónima. Bien que algunos de los que se quedaron en otra ascensión, no menos hermosa y verdadera, sean un poco restituidos por tu post y ya no tan anónimos. Todos ellos y tantos más son la verdadera llama olímpica.
Agradecido de tu atención.
Ud. tb. escribe mejor cuando está airado. Grandes saludos.

Hugo J. Platz dijo...

Estimado Carlos,

Antes de nada unas palabras para Fadanelli: ¡Vaya, Mario, por fin apareces en escena!

Esta mañana he visto el plano oriental de la llama olímpica, esa "antorcha del horror", como la ha llamado muy bien, Fadanelli, recién llegado de Rosario (Argentina), en el periódico. Y no dejo de asombrarme. Mientras iba a mi trabajo en el instituto, en el Metro de Madrid (es curioso que ayer viese en Tele Madrid -a la que algunos llaman Tele Espe- un anuncio del Metro en elq ue unos orientales copian a escala más reducida el logo, la forma, las entrañas del Metro de Madrid) y he visto una noticia sobre las Olimpiadas. ¿Os podéis creer que la mención de la aparición programada por RSF durante el discurso del presidente del comité olímpico de China, Liu Qi, se resume en alboroto, tensión, radicales, frente a la organización seria de China? No sé pero el lema "Boicoteo al país que pisotea los derechos humanos" es un acierto, las esposas en lugar de aros olímpicos... Lo siento, pero tengo que dejar el ordenador a un coimpañero.

Un saludo,

Hugo J. Platz

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]