jueves, 6 de marzo de 2008

La caridad y el medio ambiente

La caridad empieza en casa. Así podríamos traducir el dicho en inglés, Charity begins at home: la caridad empieza por uno mismo. Y quizá ahí, en el reducto del ser, debía quedarse. La última forma de caridad pasa por comprar la selva para protegerla. ¿De quién? Del malo de la película, está claro, el ser humano, nosotros mismos. Como consecuencia, otros seres humanos son expulsados del santuario y condenados a la indigencia. Se trata de una nueva forma de colonialismo, mucho más sutil y, quizá, más turbia. El recurso que se pretende proteger no es un bien canjeable inmediatamente, sino un valor de futuro: el agua, tantas y tantas especies en peligro de extinción, animales y plantas, el mundo tal y como era cuando… ¿Cuándo? Una vez más, el medio se convierte en fin. Y hay lucro. Ya sea en forma de expiación por los desmanes de Occidente, o bien ocultando con un desembolso aparentemente altruista, la adquisición de enormes reservas de agua subterránea (John Vidal, “The great green land grab”, The Guardian Weekly, 22.02.08, ver la respuesta en foro de Sir David Attenborough, entre otros). Los compradores vuelven a ser blancos. Los exiliados al egido impuesto del paraíso, negros e indios. Poco ha cambiado para los bosquimanos, por ejemplo, obligados a renunciar a su modo de vida selvático para salvar la selva. ¿Es la selva la misma sin la especie que ha desarrollado una forma respetuosa de habitarla? ¿Cómo se llamarán ahora los bosquimanos, que llevan en el nombre el medio, en la vida la penitencia? En Mongolia, sin ir más lejos, para que el takhi volviera a poblar las estepas, se acotó un perímetro de las montañas, se prohibió a los nómadas seguir llevando allí a pastar a su ganado y se les dio un modo alternativo de vida en los márgenes, the buffer zone, tal y como se dice en inglés: una zona de amortiguación para mantener entre algodones ese espacio prístino que acabamos de conquistar. Cultura y natura de nuevo en danza, olvidando que su cohabitación es posible. Que la cultura vino de la naturaleza, que el ser humano ha de revertir a la naturaleza, invertir en la naturaleza, para seguir siendo eso, humano. Pero algunos se lo han tomado tan en serio que van comprando por ahí trozos de paraíso.

No hay comentarios:

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]