miércoles, 24 de octubre de 2007

Carlos Jiménez Arribas: «Adiós, Poesía»

Carlos Jiménez Arribas se sumerge en la prosa para llevarnos, guiados por su mirada, al mismísimo centro de nuestra naturaleza. Su viaje no es un recorrido poético y ficticio, es la narración de la experiencia propia de un hombre frente a sí mismo en las lejanas praderas de Mongolia, donde habitan los últimos caballos salvajes del planeta.

¿Qué le impulsó a realizar este viaje a Mongolia? ¿Y a escribir el diario-relato de su viaje?
La mejor respuesta está en el libro. Creo que hablo de ello al final, y la verdad es que la mejor respuesta es el propio libro. Aunque no me fui hasta allí sólo para escribirlo. De hecho, no tenía ninguna intención premeditada de hacerlo. Me atraía mucho el paisaje que uno se imagina como típico de Mongolia. Luego se descubre que Mongolia es otra cosa, claro. El caso es que esas colinas verdes, que a mí me recordaban a un desierto de hierba, un perfil así, sin concesiones, bajo el cielo, me llamaba mucho la atención. Me parecía un escenario ideal para cumplir cuarenta años, que es como poner el cuentakilómetros a cero. Como eso que dice Barthes del grado cero de la escritura, pero en la naturaleza: el grado cero de la naturaleza, eso me parecía Mongolia, un lugar, por qué no, en el que comenzar, si no de cero, sí de nuevo.
Eché un cuaderno sin estrenar en la mochila como el que echa una caja de tiritas, por si acaso. No había escrito nunca un diario, me preguntaba cómo me sentiría en ese tipo de escritura, si podía hacer que mi periplo por una tierra que se me antojaba especial tuviera algo relevante, no sé, narrable, comunicable. No pensaba estrenar el cuaderno hasta estar en la estepa, con los caballos. Empezar con algo así como, “El macho otea el horizonte mientras las hembras pastan a su alrededor”. No sé, algo parecido. El caso es que nada más sentarme en el avión, cuando vi a aquel ruso leyendo la novela Aeropuerto, me dije: esto es lo narrable, un pasajero que lee un libro sobre un accidente aéreo en el avión, esto hay que contarlo. Y seguí por ahí. Con el paso de los días, hubo más cosas dignas de contar, no siempre tan divertidas, más cosas, personas, animales, y esa cosa enorme que es la naturaleza. Y con el paso de más días, la misma escritura se fue haciendo rutina, una forma de relación con Mongolia.

¿Se ha inspirado en el género para escribir su relato?
Como ya he dicho, nunca había practicado la escritura diarística. Mi vida no es tan interesante como para eso. He leído diarios de escritores, de poetas, y pocos lo son en su totalidad. Eso me alejaba de este género literario, tan digno como el que más, claro. Sin embargo, el viajar hasta tan lejos, la experiencia en la naturaleza, con los caballos… todo me parecía, ya digo, un poco más digno de plasmar en el papel. Al principio el género operaba, por así decir, en lo que escribía; buscaba referencias culturales (literarias, cinematográficas, artísticas) para muchas de las cosas que escribía. Pero me di cuenta de que esa prótesis cultural, y occidental, sobraba, de que Mongolia, Mongolia articulada en los seres (animales, plantas y personas) que iba conociendo, era ya un argumento más que suficiente. Igual que digo en el libro, creo que al final, que con el paso del invierno al verano, cuando mudan el pelo, los takhi parecen un caballo que saliera de otro caballo; pues en parte, la escritura de este libro ha sido sacar el libro necesario y suficiente del otro libro, ése que uno se pone en invierno para cubrirse. Cuando, en realidad, ni hace tanto frío ni hace falta llevar un abrigo de visones, ¿no es cierto?

¿A dónde conduce el viaje al ojo de un caballo?
A mí mismo. El ojo del caballo es el pretexto, el azogue en el que mirarse. No sabía ni dónde iba, ni por qué. Pero cuando me vi en esa imagen que sale en el día once, o en el trece, no recuerdo; cuando vi a aquel caballo mirándome fijamente, me di cuenta de que iba un poco hacia mí mismo. Quizá por la edad, ese en medio del camino de la vida del Dante, que es una edad como para pararse a pensar un poco en uno. Quizá también por lo que dejaba atrás. Y, claro, por ese horizonte que uno se imagina despoblado pero hermoso, como Mongolia, que suele ser la segunda parte de la vida de una persona. El viaje, pues, me llevó a mí mismo, a aceptarme, por ejemplo. Ahora bien, al lector, ¿a dónde le conduce? Bueno, al lector a mí me gustaría que le llevase a Mongolia: que este librito fuera como un corte en sección en el que se puede ver algo de Mongolia. No todo, por supuesto, pero algo. Y eso sí: que ese algo fuera real. Me importaba sobre todo defender la realidad, hacerlo en ese marco un poco idealizado, sí, pero vigente, válido.

¿Qué tiene de manifiesto vital este relato? ¿Y de manifiesto literario?
En lo que hay de parada antes de seguir, de tramo necesario en la vida de una persona para detenerse, echar la vista atrás y hacia delante, tomar nuevo impulso para seguir, sí que parece eso, un manifiesto vital. Es curioso, no lo había visto antes así, pero así es. Y aunque haya salido del traje invernal, como decía antes, aunque haya intentado desnudarme, despojarme de ese traje que es la experiencia estética en las referencias y todo eso, indudablemente está el bagaje que esa experiencia ha dejado, no siempre cifrado en citas, por ejemplo, pero que está ahí. No sé, quizá me fui a Mongolia para decir aquello de Descartes: pienso, luego existo.
Manifiesto literario es el libro mismo: el hecho de que, en lugar de ponerme a escribir poesía, la sección de la librería en la que hasta ahora ha cabido lo que he escrito o traducido, pues optara por una escritura distinta. Quizá así se pueda entender la lectura que hago de Octavio Paz, muy personal, claro, pero muy necesaria. De repente me encontré en un marco especialmente prístino leyendo algo que pasaba por ser la quintaesencia de la escritura poética (no del poema, sino sobre el poema) y que me ofrecía una lectura del mundo con la que no estaba en absoluto de acuerdo: ese flirteo tan peligroso con la Nada como categoría poética. De pronto toda la estatura de Paz, y mira que era grande, se me vino abajo, chocó con las aristas de suficiencia, de realidad, de verdad, de defensa de algo que no puede ser relativo. De algo que no puede depender de la óptica con que se mire, de algo que sólo es definible como la Realidad, algo que Paz juega a decir que no es, que no está. Y con él, toda la poesía que yo había leído, estudiado, ¿escrito? No sé, fue como una crisis, como ver que no podía seguir escribiendo así, jugando a ese veo veo con la realidad. Afortunadamente, tenía la rotundidad de Mongolia. Y también, aunque esté desprestigiado, la lectura reciente de Zubiri, y la de Gilson. Creo que en Mongolia cambié de caballo: dejé la poesía por la metafísica. El problema es que yo no tengo formación metafísica. Sólo (de)formación poética. Quién sabe, quizá Viaje al ojo de un caballo sea mi último libro. Y si se suele decir que es la poesía la que nos deja, pues nada: «Adiós, Poesía. Sólo espero, cariño, que al menos alguno de tus orgasmos no fuera fingido», ja, ja, ja.

¿Qué marca el paso del Ser a la Nada?
No hay tránsito posible. Son categorías completamente excluyentes. Quizá mutuamente explicables. Bueno, con una diferencia: la Nada sólo se explica por el Ser, es lo que no es el Ser, lo que amenaza constantemente con engullirlo, lo que se erige frente al Ser, como su opuesto. El Ser sin embargo es perfectamente posible sin la Nada. Claro, ayuda en la definición decir que el Ser es lo que no es la Nada. Pero también se puede definir en positivo: lo que es. La pregunta, no obstante, tiene mucho sentido porque hay un movimiento, un desplazamiento en apariencia ontológico de la Nada hacia el Ser, ese intento de destruirlo, esa voracidad que muchos han querido leer como deseo, todo muy heidegeriano; o como seducción, muy posmoderno. Gran parte de la poesía que más se valora se ha erigido en torno a eso, ha flirteado con la Nada. No precisamente Octavio Paz, cuya poesía no está a la altura de su obra ensayística, pero sí muchos otros poetas. En poesía, lo que marca el paso del Ser a la Nada es el poema, podría decir un erudito. Yo digo, sin embargo, que es el poeta: y ahí está Paul Celan dando el paso fatídico hacia las aguas heladas del Sena. Posiblemente Viaje al ojo de un caballo no sea más que eso: un intento, fallido, quizá, pero hay que seguir intentándolo, de fundamentar la escritura en el Ser. Sin más Nada.

GPAE / Madrid [07-08/-2007]
[Esta entrevista puede reproducirse libremente.]

19 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante, querido amigo. Compraré el libro.

Anónimo dijo...

Otro autor que sale rebotado de la poesía. Yo creo que no hay novelista, ensayista ni dramaturgo que no haya intentado antes abrirse camino como poeta... sin éxito! No es una crítica, simple descripción de lo que se ve. Intenté dejar un comentario en la editorial pero no lo veo en el blog. Lo dejo aquí: cada X años un occidental nostálgico se pasea por Mongolia, llámase Marco Polo, etc. Bienvenido sea! En este libro de los caballos hay una inexactitud: el fresco del que habla no está en Pompeya, sino en Paestum. Lo demás sí está en su sitio. Ah, y no hace falta irse hasta Mongolia para ver caballos salvajes: tenemos unos cuantos en el zoo de Santillana del Mar. Felicitaciones!

Anónimo dijo...

¿Adiós poesía?

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Fue ella, querida Laura, la que se despidió de mí. Pero me dejó muy buen sabor de boca.

Anónimo dijo...

No hay que dejar en manos de los poetas a la poesía. Tampoco hay que dejar la literatura en manos de los escritores. Apropiarse "de" es como destruir "a", quitarle libertad. Pienso que este autor, de ser cierta la propuesta que nos ofrece, dejar la poesía por la prosa, y vista su versatilidad en cuanto a géneros, pueden ser interesantes varios puntos que toca en la entrevista: a) Octavio Paz no logró mirar más allá de la autentificación occidental con que partió a la India; b) el grado cero de la escritura puede ser llevado a la naturaleza; c) la realidad es defendible frente a la valorización de lo abstracto de nuestra poesía "hoy"; d) la escritura está fundamentada en el Ser y no al revés.
Un gran acierto de su editorial, un descubrimiento para mí.
Saludos

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Fíjate que en el único momento en el que Paz consigue romper eso que muy bien llamas autentifcación occidental (pero que se podría llamar tb. el paternalismo occidental) es en el Monogramático, que es tb el momento mejor de su poesía, creo yo. Diría más: el único momento de su poesía. Bueno, hay otro: sus traducciones de poesía, como si necesitara que alguien, la India, otros autores, le dieran el mundo ready-made para pasarlo por su descomunal, esa sí, retórica (en sentido positivo esto de retórica, eh!).

Anónimo dijo...

A Octavio Paz le faltaba humildad, eso que los romanos llamaban "humilitas". Toda su obra ensayística está escrito mediante un narrador omnisciente, incluso a veces en segunda persona. Te parecerá curiosa esta afirmación, diría Paz, pero mi experiencia me dice que el lector paciano está determinado por la manera en que él mismo autentifica los acontecimientos. Es decir, él elige un lector, de acuerdo, pero no sólo eso: al utilizar un tono alto, pero no un tono al estilo Thomas de Quincey, sino menos brillante, con menos humor, menos divertido, en suma, Octavio Paz es menos popular a propósito, más aburrido. Aunque esta formade aburrir sea consciente, y una forma de enaltecer el ego.
Saludos recientes.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Fíjate, sin embargo, que en El arco y la lira, que es el libro que sale en el Viaje... se juega a dinamitar los fundamentos del yo, se zarandea al sujeto con el pretexto de su alteridad. De todas formas, Los hijos del limo sí es un libro más difícil de hincarle el diente,más redondo, blindado. Menos ambicioso, claro. Yo no discuto su grandeza, sólo me cuestiono el terreno -de auténticas arenas movedizas- sobre el que erige su estatura. Por eso, creo, me fui a Mongolia, quería pisar algo sólido.

Anónimo dijo...

Una frase enigmática y que define bien el viaje en busca de "algo", quizá distinto, pero seguro más humano, menos literario, es esa que dice "el hombre blanco": "iré aunque tenga que talar toda esta selva". El discurso directo, creo, lo introduces aquí porque este hombre blanco quiere ir al mundial de fútbol. Es curioso que quiera, que prefiera acabar con "todo" en beneficio del "uno" que es él mismo, únicamente porque desea ir al mundial de fútbol. ¿Es una idea muy ilustrada, muy occidental? Aunque después de lo que está haciendo China, deberíamos dejar esas diferencias ilustradas, desemancipadoras, y que sin embargo tiene a Europa como ejemplo. No sé, Carlos, pero me da la impresión de que hay muy pocos lugares en el mundo en los que el deseo del fútbol no forme parte, no sea "patre" de esa devastación. Tú has estado en China, o te has acercado al país y habrá visto y comprenderás lo que te digo: ¿se puede ser marxista aún con la güadaña del capitalismo cercenando piernas?

Saludos

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Hay quien diría que el marxismo tb. cercenó: cabezas. El problema es cómo construirse un cuerpo entero (o cómo conseguir que permanezca intacto) en el triunfo claro del capitalismo. Y cómo hacerlo si tener que exiliarse, a Mongolia, a donde sea. Hay formas, y este libro es una de ellas. Y hay resquicios, y voces críticas en defensa de la integridad de nuestra anatomía. Lo que no contribuye nada a esa entereza es la demagogia. Y la película La gran final, de donde está sacada la frase que citas, es muy demagógica. El buen rollo está bien, pero hay veces en las que hay que decir que no. A ese maderero, por ejemplo: STOP! No corten más piernas, es decir, no talen más árboles.

Anónimo dijo...

Uhmmmm: «¿Se pude ser marxista aún con el Capitalismo cercenando...?» ¡Vaya pregunta! ¿Se puede estar de acuerdo con Descartes, con Kant o Schopenhauer? ¿Se puede estar de acuerdo con Platón? ¿Y con Kropotkin? Claro que se puede ser marxista hoy, se debe. Para empezar, el Capitalismo cercena la capacidad de alguno de nosotros para comprender que la literatura no está fundamentada en el Ser sino en algo mayor, en la Realidad, así, con mayúsculas. No se trata del tú o del yo, sino tal vez del «nosotros», ¿no os parece?

Anónimo dijo...

Sí, claro, pero el problema de muchos marxistas es que limitan su pensamiento a la Realidad, cuando el Ser también forma parte de ella, como decía su Sartre en ese libro "humanista", "¿Qué es la literatura?" la hace "esencial" para el hombre.

En poesía es necesario conjugar en un mismo verbo tanto lo d dentro como lo de fuera. Mientras unos se limitan a describir el fruto y otros la cáscara, yo prefiero degustar aquello que alimenta, es decir, la carne. ¿Para qué poetas de la luz y poetas de las cosas solamente? Mejor dicho, ¿para qué poetas del Ser y poeta de la Realidad solamanete? Ja, ja, me río de sus limitaciones.

Mira, Eloy, la Realidad se construye gracias al Ser que vive en comunidad con todos los Ser(es), humanos o no. El poeta ruso Vladislav Jodassievich decía en un poema que no le gustaban los versos que se parecían a los suyos. Debo entender que en España la poesía es el espejo del alama de muchos poetas, el espejo de un alma alineada como de un tumulto de espejos iguales. Vaya, vaya, con los poetas, pero ¿no eran creativos? ¿Cómo puede ser que se siga mirando la Realidad a través del mismo prisma? ¿Cómo es posible que sigamos metiendo la mano en el saco de la poesía y siempre saquemos el mismo poema? Algunas veces aparece entre nosotros un Poeta que se diferencia y que, como Jodassievich, protesta, se queja, denuncia finalmente el espejo de la poesía.

Saludo con admiración la decisión tuya, Carlos. Bienvenido a la prosa, donde también hay un saco.

Anónimo dijo...

Lo siento, no entiendo nada de lo que dices.

Anónimo dijo...

¿Que no entiendes? Vaya. No sé por qué razón pero los marxistas no entendéis nunca nada, ni los simbolistas únicos tampoco. Lo que te estoy proponiendo es que no podemos conformarnos únicamente con la Realidad, ni sólo con el Ser, los dos en mayúsculas como bien dices. Sino que "debemos" servirnos de los dos para construir ese mundo, ese posible mundo. Nada más. Mi pregunta era sencilla, pero si quieres la cambio, la doy la vuelta: ¿Se pude ser capitalista partiendo del marxismo? Espero que ahora lo hayas entendido. No tengo diapositivas. Saludos.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Amigos: no nos perdamos en discusiones sobre etiquetas y milintancias. Yo creo que a estas alturas de la peli ya nadie se declara o siente marxista, mucho menos capitalista (siempre ha tenido peor prensa). Son grandes constructos, eras geológicas en las que tenemos, nos guste o no, que asentar los pies. No hay por qué defnirse como una u otra cosa, sí hay que asumir que el siglo XX tuvo esa orografía y, me temo, presenta nuevos accidentes de ese mismo perfil con nuevas, ligeramente nuevas, formas: los neocons, el ideal ecuménico de los escritores occidentales que apoyan a Cuba en la palestra pero viven más bien como brokers neoyorquinos. Yo intentaría llevar el debate hacia la literatura:cómo se asienta a su vez la literatura en ese paisaje. Y ahí yo creo que el vértigo es dejarse llevar por una escritura que se deja seducir por la nada (el no escribir, el escribir que se está escibiendo que se escribe (Aazúa), el no creer ser capaz de escribir porque todo está escrito, etc.). Creo que ahí es donde un escritor debe plantarse y decir basta, es decir, escribir. De forma fundamentada en la realidad, sin jugar a negarla con el pretexto de obtener no sé muy bien qué negros frutos. Y creedme, eso no está, ni mucho menos, reñido con la imaginaciónb,que, a fin de cuentas, es una de las capacidades innatas al ser humano. Un ser que, como creía Zubiri, no es que esté en la realidad, sino que es él mismo realidad. Me imagino la realidad como un globo aerostático cuando lo están llenando de aire caliente. Entonces tú te puedes meter y, desde dentro, hacer que la forma dé de sí en uno u otro sentido. Imagnaos que la tela del glbo fuese, 1, muy fina, y 2, transparente, entonces saldrían a la luz todas las formas que desde dentro la transitan. Pues eso es la realidad. Y salirse del globo (que sí, mola y ha molado mucho, y lo que es más para muchas personas ha sido necesario) es peligroso. Es peligroso y no produce mejor literatura. ¿O sí? Yo al menos estoy convencido de que no. Ese es el debate que os propongo.

Anónimo dijo...

Lo siento, Carlos. Tú eres el autor del libro y esto es inadmisible. No obstante, he de decir al botones de k. (sin ánimo de sentar cátedra) que uno de los errores más frecuentes de quienes olvidan que somos materia (física + química, eso es el Ser), y no poesía, es que tienen la autoestima por las nubes —tal vez porque no ven más allá de su gigantesca nariz poética—, lo que les hace despreciar al otro a la primera de cambio. La ceguera es perniciosa, y en eso estaban de acuerdo el Platón de la República y Marx en su teoría del valor. Esos hombres que no ven más allá de sus narices pretenden que la realidad se construye con imágenes (¿con diapositivas?) sin advertir la fantasmagoría de este ángulo de visión. El engaño del ojo, la magnitud de las sombras. Por lo que he entendido al autor de este libro, él pretende alejarse de una óptica tan parcial, así que debo felicitarle por el simple hecho de haberlo intentado. No he comprado el libro, pero lo haré pronto. Ah, lo olvidaba, no entendí aquel comentario porque está plagado de errores conceptuales, porque es, digamos, el zumo salido de una batidora de citas y autores sin pelar, sin asimilar. No lo entendí porque está lleno de grumos, reconozco que quizás soy demasiado exigente.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

En efecto, despreciar al otro pese a decir a los cuatro vientos que se desvivien por el otro, todo eso de la alteridad que informa el libro de Paz y tanto juego les ha dado (y quizá debiera incluirme) a los poetas. Lo de Rimbaud queda muy bien, ahora que le hacen mesas redondas, pero es completamente falso: yo NO es otro. Ya me dirás qué te parece cuando lo leas, pero sí, el intento era fundamentar la escritura en la realidad y dejarse de tanta y tan vana fantasmagoría. Y no te preocupes, haciendo nuestro un dicho popular diremos aquello de "bloggeando se entiende la gente".

Anónimo dijo...

No entendí lo de las diapositivas. Me lo explique.

Yo creo que la persona anterior quería decir que la literatura se construye con el "dentro" y el "afuera", con la realidad y con el ser.

Saludos afectuosos.

Carlos Jiménez Arribas dijo...

Yo creo que ya nos vamos entendiendo (por cierto, qué proliferación de edecanes, ¿no? El portero de Kafka y el recepcionista de Pavarotti...). No sé si esto está permitido en un blog, pero yo os invitaría a que desplazáramos el debate a otra entrada, la de la ciudad. Si habéis leído el libro veréis que se defiende (de modo radical, es decir, utópico) el campo abierto como atributo originario y esencial de lo humano. Me ha interesado mucho el prólogo de Azúa a su La invención de Caín (en el que lo humano sería precisamente la polis, y no me corto a la hora de extenderlo hacia lo político). ¿A vosotros qué os parece? ¿Es el ser humano por definición un ser de despoblados o un ser urbanita? ¿Y cómo entra en todo eso la preocupación actual por el medio ambiente? ¿Sólo es posible el ecologismo, o el medioambientalismo, como todos los ismos desde la atalaya -y la nostalgia- de la polis? Insisto, no sé si el titular está autorizado en Blogland a hacer este tipo de cambios de tercio. Bueno, yo lo dejo ahí. Si no hablamos antes de que vuelva de Nápoles que paséis todos un buen puente!

A principios de julio de 2006 salí de Madrid rumbo a Mongolia. Iba a pasar tres semanas observando al último caballo salvaje del planeta (Equus Przewalski Poliakov, takhi para los mongoles), reintroducido con éxito en el Parque Nacional de Hustai, a unos cien kilómetros al suroeste de Ulan Bator. Llevaba en la mochila tres libros. El primero, El arco y la lira, de Octavio Paz. El segundo, la obra ensayística de R. W. Emerson. El tercero, escrito en un cuaderno con tapas de damasquino aún sin estrenar, comprado el verano anterior en Capadocia —literalmente, «la tierra de los caballos bonitos»—, acabó siendo este libro. [CJA]